Leyendo a Dickens

jueves, 4 de diciembre de 2008





Saludó al conductor del autobús como cada día durante las últimas tres semanas. Se acomodó en el primer asiento que vio libre y miró distraída por la ventanilla. La noche anterior había nevado y los coches dejaban dibujos perfectos de sus ruedas en las calles. Contrastaba esta nieve, mancillada por decenas de pisadas, con la almacenada en los tejados, de un blanco impoluto y completamente virgen .

Recordó la primera vez que su hija disfrutó de la visión de una gran nevada. Aquella mañana la despertó para ir al colegio y la cogió en brazos para mostrarle el exterior al resguardo de los cristales de la ventana de su habitación.
La niña, restregándose los ojos por la interrupción de su sueño, se había quedado mirando aquella belleza incomprensible para ella y sólo había acertado a decir: ¿Quién la ha traído?
En su mente infantil se imaginó unos enormes camiones volquetes, igual que los que tenía para jugar su primo, descargando la nieve por la noche, y un sinfín de pequeños duendes, ataviados con un abrigo rojo con pompones y gorro a juego dedicados a la labor de extenderla uniformemente por todas partes con unas palas a su medida.

Sacudió la cabeza sonriendo y apretó contra ella el libro que llevaba en las manos. Era un tomo encuadernado en un cuero de color verde oscuro en cuya tapa podía leerse en letras doradas: Charles Dickens. Y un poco más abajo el nombre de la obra: Oliver Twist. Enmarcando autor y título, una guirnalda perfecta de hojas de arce aparecía unida por tiras de tréboles. Pasó los dedos por el relieve de la tapa y pensó que a veces los libros no son bellos únicamente por dentro.

Se apeó del autobús y el penetrante frío la golpeó en la cara, permitiendo que una insolente lágrima corriera por su mejilla. Caminó hasta su destino, un edificio grande con ventanas de aluminio y corazón de sufrimiento. Empujó la puerta de entrada y se mezcló enseguida con batas blancas que parecían seguir un rumbo definido.

Su alma se iba llenando de una ternura infinita mientras recorría los interminables pasillos que la llevaban al lado de una de las personas que más amaba. Llegó a la habitación 423 y entró un día más.

-Buenos días, papá. ¿Listo para el siguiente capítulo?

6 comentarios:

Thalía dijo...

Los pelos como escarpias hermosa!!

Sigue, sigue.

Besos!

carpo dijo...

No rebles maña!

Esta batalla la ganais, y si en el fragor de la misma tienes tiempo para la ternura, serán dos las batallas ganadas y seguramente la guerra.

Abrazo

Anónimo dijo...

Es una suerte tenerte como hija, como madre, como amiga...
Un besazo y un achuchón

josman dijo...

mira que eres egoista...de lo que nos estabas privando¡

Anónimo dijo...

Aunque se que me repito, lo vuelvo a repetir.

Seré egoista, lo se, pero no quiero, no, no estoy dispuesto, no, no, no y no.
A dejar de obsequiarme con tus letras, a terminar de leer con un suspiro, en definitiva a quererte.

Un beso.

Anónimo dijo...

animo preciosa, hay que ver como eres tu....

muchisimos besos