lunes, 8 de diciembre de 2008
Este cuento lo escribí para regalárselo a una amiga por su cumpleaños el noviembre pasado. La muy desagradecida dijo al leerlo: "Qué casualidad, has encontrado un relato en Internet en el que la protagonista se llama como yo" (aquí me falta un emoticón de esos de los ojos como platos)
¿Casualidad? Si no la quisiera tanto la mataba, fíjate (y aquí me falta uno de envolverla en un abrazo)
Había salido de casa sólo con un café bebido a toda prisa y eran cerca de las cuatro de la tarde. Toda la mañana había estado de la ceca a la meca sin parar un momento y no había reparado en las constantes quejas de su estómago. Pero ahora se sentía hambrienta y lo que era peor, mareada. Miró a su alrededor y se dio cuenta que estaba bastante lejos de su casa, en una plazoleta recogida y coqueta. El suelo era de pequeñas baldosas de colores y cuatro bancos de madera se erguían, orgullosos, delimitando las entradas. Había una fuente de piedra en el centro, con dos caños opuestos que figuraban la boca de algún animal y que escupían su líquido interior acompasadamente.
Se acercó a ella con la intención de mojarse las manos y refrescarse la nuca, convencida de que estaban a más de cuarenta grados. Su vestido se pegaba a su cuerpo como el envoltorio a un caramelo y pérfidas punzadas le taladraban las sienes. Notó que se iba a desmayar décimas de segundos antes de que fuera un hecho. Penetró en una bruma difusa que la zarandeaba de un lado a otro sin que ella opusiera resistencia. Los largos dedos de la inconsciencia le tapaban la boca impidiéndole respirar con normalidad y pensó que la cabeza se le iba a separar del tronco, de tanto como le dolía.
Oyó claramente su voz, aunque ella pensó que seguía soñando.
-Menos mal que ya despiertas.
Abrió muy despacio los ojos y tardó unos instantes en descubrir su horizontalidad. Se palpó la frente y retiró la mano enseguida al sentir algo húmedo y viscoso.
-Vaya susto me has dado. Cuando he querido reaccionar era demasiado tarde y no he podido evitar que tu cabeza chocara contra la fuente. Te has hecho una buena brecha pero no es profunda, un par de puntos y listo. Intenta incorporarte despacito.
Ella obedeció. No sabría decir el motivo, pero la armoniosa voz del desconocido la llenaba de paz. Por primera vez le miró el rostro y descubrió unos ojos castaños surcados de profundas arruguitas, amables, profundos. Ella pensó tímidamente que podría perderse en ellos un año entero.
-¿Quién eres tú?
- Vivo en esa casa de ahí – y señaló un balcón lleno de petunias. Iba a entrar en el portal cuando me has llamado la atención. Iba a preguntarte si te ocurría algo cuando has empezado a desplomarte. Vamos, te acompañaré a que te curen esa herida.
- Gracias, pero no hace falta.
- No creerás que voy a dejarte en este estado ¿verdad? ¿Qué clase de hombre crees que soy?
Le tendió una mano para ayudarla a levantarse y le pasó el brazo por los hombros para prevenir una nueva caída.
-Por cierto, me llamo Luis ¿y tú?
-Nayra.
A partir de entonces, las visitas cada sábado a casa de Luis la llenaban de gozo. Por el camino siempre le compraba alguna chuchería: una pluma de ganso y un tintero, un reloj sin segundero, un caleidoscopio, un tambor de juguete, una camisa de rayas...
Cuando le entregaba el paquete le daba pequeñas pistas para que descubriera su contenido, y entre risas y adivinanzas transcurría la tarde. A veces ella llegaba y sin decir palabra se metía en su cama, entonces él la seguía y le hacía el amor hablándole hasta el alba.
Compartían secretos que se inventaban y le ladraban a la luna, grababan canciones a dúo y jugaban a la gallinita ciega, dibujaban en las paredes con rotuladores de colores y tomaban chocolate en unas tazas blancas sin asa, otro de los misteriosos regalos de ella.
El resto de la semana nada sabían el uno del otro. Carecía de importancia si él tenía que madrugar para conducir un camión o si ella tenía que vender zapatos que nunca se podría permitir. Los problemas cotidianos, la subida de los precios, la inseguridad ciudadana o la droga eran temas fuera de su mundo. Ellos hablaban de viajar a Marte, de disfrazarse de colegiales o de descubrir la máquina del tiempo.
En la entrada de la casa de Luis había un perchero que sólo se colocaba los días que estaban juntos. Él colgaba sus amarguras, ella sus recelos, ambos sus tristezas. Y sólo entonces, cuando estaban completamente limpios, se daban el uno al otro.
No comían perdices, pero eran felices.
8 comentarios:
Vaya regalo precioso... No hace falta envolverlo ni ponerle lazo para que llegue al corazón.
Si es una desagradecida, tener amigas para esto!!
Estoy segura de que es el regalo más bello que nunca le han hecho.. no podía que imaginar que la convirtieran en princesa y que para ello no necesitaran ni tan siquiera una varita.
Lo guardará en su "cajita secreta", la que se abre con los sonidos del silencio a la sombra de una llama eterna.
Yo quiero un cuento, pa una amiga que necesita final feliz... a donde mando el giro?
Chuchones a falta de muchas letras
XD
Tu cumple no es hasta febrero, chamaca.
Bueno, va, lo intentaremos, dame pistas. ¿Esa amiga tuya es así como tú (bruja) o así como yo (¿qué es lo contrario de bruja?)?
Es importante para el desarrollo del relato.
Anónimo...no seas vergonzosa, mujer, si total... ya todo el mundo sabe que te llamas Nayra :)
Jo.... si no lo quería como regalo, por eso he sugerido el giro ...
Mi amiga es una de esas amigas que todo recuerdan. Supongo que tendrá algo de bruja y algo de (hada?). Mi amiga... es una de esas que se la pasa dando (risas, consejos y cancletazos). Mi amiga necesita un final feliz...pero si no se puede, ya le envolveré un poco de autoestima pa que lo ponga en su bota navideña)
Beso sonsa y esperanza por litros.
Juer, anda que no me suena esa amiga tuya jajajajaja.
Desgraciadamente, el final feliz que me pides para ese cuento no está en mis manos. Ojalá lo estuviera.
Recibidos el beso y la esperanza. Y guardados ambos a buen recaudo, para cuando los necesite.
Beso para tí también.
Yo también quiero un cuento, pero ya es mucho pedir, porque ya tengo uno.
Creo que mi paso, ya casi 2 años por la blogosfera fue para traerte a ti a ella (aunque fuera obligada), hecho esto poco me queda por hacer.
Seguimos hablando. Gracias por todo. Beso, no grande, enorme.
Ana
¿Que te queda poco por hacer? Tú te has viciado a las listas que te hago, di la verdad.
Pues así, a bote pronto, se me ocurre que te queda una cosa por hacer... colgar en tu blog una canción cantada a dúo conmigo. De Sabina, of course (y si Carpo se quiere unir hacemos la versión maña de los tres tenores)
No te rías, jodía, que yo canto poco pero desagradable. Y así te lucirás tú mucho más.
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