domingo, 25 de octubre de 2009
Ya en el hotel, Aureliano José se sienta desnudo en una esquina de mi cama junto a su tía Amaranta y ambos se agotan a caricias. En la otra esquina, el coronel Gerineldo Márquez, perdido en su soledad, le comunica telegráficamente al coronel Aureliano Buendía que está lloviendo en Macondo.
Lleno un vaso de zumo de naranja, corto un panecillo integral y pongo las dos mitades a tostar. En una de ellas, aceite de oliva y jamón serrano, en la otra, mantequilla y mermelada de ciruela. Salgo con mi botín a desayunar a la terraza. Me siento pletórica. Hay que ver lo poco que se necesita para ser feliz. A pesar de hacer un día magnífico la playa está casi desierta. Perfecto.
Callejeo por el pueblo. Me detengo en un puesto de periódicos. Aquí no llega el Heraldo, así que compro El País y me siento en una terracita a leerlo. Entre página y página levanto la vista para deleitarme con el ir y venir de la gente. Un lugareño se apea de la bicicleta para charlar con una pareja. En la cesta de la bici lleva unos cuantos peces que les ofrece por cinco euros. Les comenta que el pescado cuanto más feo, más sabroso. Sin poderlo remediar comienzo a canturrear una lágrima salada con sabor a mermelada de ternura moja el suelo de su alcoba donde un espejo le roba la hermosura. Un poco más allá, tres abuelos discuten de fútbol, sentados al sol. A mi derecha un grupo de alemanes habla en voz alta y ríe estrepitosamente. Guardo el periódico, pago mi coca cola y busco un sitio para comer. Esto es vida.
1 comentarios:
Joder nena, tal y como lo cuentas, es como si hubiéramos estado contigo.
Sigue, sigue
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