Vacaciones en Octubre (II parte)

domingo, 25 de octubre de 2009

Paseo casi de noche por unas calles tan solitarias como yo. Toda la gente que las abarrotaba en agosto ha desaparecido en octubre. Lo prefiero así. En verano no podría oir ni mis pensamientos. Y ellos me llevan nuevamente al mar. Conforme me acerco se hace más notable el frío y me desabrocho la chaqueta para dejarlo entrar en mí. Va a llegar pronto, estoy segura. La temible punzada de la melancolía. Me siento en un banco y le dejo un hueco. Pequeño. La balaustrada del paseo marítimo es roja y blanca. Cuento las columnas de cada tramo. Quince. Y cada tres tramos de quince columnas, una farola. Aunque si la miras bien parece un señor delgado con la cabeza brillante y sombrero cordobés. El cielo está espectacular. Hago una fotografía y sonrío sin pretenderlo. Me levanto del banco y ahí te quedas a mi nostalgia le digo.


Ya en el hotel, Aureliano José se sienta desnudo en una esquina de mi cama junto a su tía Amaranta y ambos se agotan a caricias. En la otra esquina, el coronel Gerineldo Márquez, perdido en su soledad, le comunica telegráficamente al coronel Aureliano Buendía que está lloviendo en Macondo.

Lleno un vaso de zumo de naranja, corto un panecillo integral y pongo las dos mitades a tostar. En una de ellas, aceite de oliva y jamón serrano, en la otra, mantequilla y mermelada de ciruela. Salgo con mi botín a desayunar a la terraza. Me siento pletórica. Hay que ver lo poco que se necesita para ser feliz. A pesar de hacer un día magnífico la playa está casi desierta. Perfecto.


Callejeo por el pueblo. Me detengo en un puesto de periódicos. Aquí no llega el Heraldo, así que compro El País y me siento en una terracita a leerlo. Entre página y página levanto la vista para deleitarme con el ir y venir de la gente. Un lugareño se apea de la bicicleta para charlar con una pareja. En la cesta de la bici lleva unos cuantos peces que les ofrece por cinco euros. Les comenta que el pescado cuanto más feo, más sabroso. Sin poderlo remediar comienzo a canturrear una lágrima salada con sabor a mermelada de ternura moja el suelo de su alcoba donde un espejo le roba la hermosura. Un poco más allá, tres abuelos discuten de fútbol, sentados al sol. A mi derecha un grupo de alemanes habla en voz alta y ríe estrepitosamente. Guardo el periódico, pago mi coca cola y busco un sitio para comer. Esto es vida.

1 comentarios:

Labegue dijo...

Joder nena, tal y como lo cuentas, es como si hubiéramos estado contigo.

Sigue, sigue