Me bajo en Atocha de la misma forma en la que llevo haciéndolo desde hace años, cantando interiormente allá donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir, donde regresa siempre el fugitivo...
Viajo en coche hasta el barrio de Manolito Gafotas mientras hago lo que hago siempre, mirar los edificios, los parques y el tráfico, intentando descubrir a alguien perdido, aunque jamás ha sucedido. Ceno invitada en la cuesta de San Vicente una brandada de bacalao, que es una sinfonía para todos los sentidos y un pudding que da pena comérselo y al que no me resisto a hacerle una fotografía.
Duermo inquieta, como siempre que tengo que hacer un viaje más o menos largo, y al día siguiente vuelvo a Atocha, esta vez para marcharme al Sur. Me encanta viajar en tren y hoy tengo casi cuatro horas por delante para disfrutarlo. Espero a que se ponga en marcha para sacar de mi bolso un libro lleno de Aurelianos y José Arcadios Buendía que es la tercera vez que empiezo y que estoy dispuesta a acabar, ahuyentando los malos espíritus que me lo impidieron las dos veces anteriores. De vez en cuando dejo el libro en mi regazo y paso un rato mirando por la ventanilla, percibiendo cómo cambia el paisaje conforme cruzamos a velocidad de vértigo de una comunidad a otra, o apoyo la cabeza y cierro los ojos, permitiéndome fantasear. Puertollano, Córdoba, Sevilla, ya queda poco para bajarme del tren, aunque todavía me espera una hora de autobús hasta llegar a mi destino.
El hotel es como me lo imaginaba y la habitación, aunque pequeña, dispone de todo lo que necesito ¿para qué más? La cama tiene un colosal cabecero de madera labrada y un colchón duro, como a mí me gusta.
Sin deshacer la maleta me desnudo y entro en la ducha para arrancarme el cansancio del viaje porque me apremia la necesidad de encontrarme con él, con el mar, al que no veo desde mi ventana pero oigo, curiosa sensación. Cruzo la estrecha calle que nos separa y lo saludo con desbordada alegría, como siempre. Hacía años que no te veía, le digo, no sabes cómo te he echado de menos. Y él finge no reconocerme, sólo por hacerme rabiar, pero al cabo de unos segundos trae a mis pies descalzos una ola repleta de espuma blanca y evocadoras caricias que me indican que sí, que se acuerda de mí. Me siento en una de las butacas de mimbre de la terraza del hotel para deleitarme con lo esperado.
Es difícil describir una puesta de sol porque poetas y escritores de todos los tiempos le han dedicado sus letras magníficamente antes que yo, pero este atardecer lo siento como únicamente mío, porque mío es, y me parece increíble que algo tan cotidiano, que ocurre todos los días, pueda emocionarme tanto. Mientras el sol va bajando y el cielo y mi corazón se van tiñendo de rojos anaranjados, pienso por unos instantes lo bonito que sería disfrutar de esto con alguien cogido a mi mano, pero es sólo eso, un instante, porque no es justo estar perdida en pensamientos abstractos mientras la naturaleza le prepara unas sábanas de agua al sol y lo arropa, protectora, ante mi presencia. Disparo mi cámara fotográfica y queda grabada la imagen, aunque lo que me importa, lo que verdaderamente me importa, es que esté impresa en mi memoria.
4 comentarios:
que buenas vibras seda, espero que lo pases de escándalo
a mi con los amigos esos del gitano melquiades me pasa también que lo he empezado más de una vez...a ver si esta es la buena
un beso
Que lo haya pasado, Jos, que lo haya pasado. Desgraciadamente... ya he vuelto.
Beso para ti tb
¡Qué bien escribes, jodía!
Cuando llegues a Pilar Ternera, búscame en sus ojos.
Un beso enorme
Que bueno haber podido viajar a través de tus letras. Adoro el tren, me encanta viajar y extraño el mar a horrores. Hace tres años que no lo veo.
Siempre soñé en vivir sobre el mar e hice real ese sueño en Recife, donde estuve 20 años. Será maravilloso el dia que lo vuelva a ver, sentir su aroma y ahora oirlo ir y venir como si fuese una respiración.
Me encantaron las fotos, me encantó todo. Besos Seda querida
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