No hace mucho le comentaba a alguien que estaba rodeada por el cáncer. Eso es como cuando tú estás embarazada, que en cada esquina te asalta la tripa de otra en el mismo estado, sólo que ahora en lugar de bebés sonrosados, los que te asaltan son tumores de aspecto mucho más inquietante y desde luego más feroces.
Mi vecina de al lado murió el fin de semana pasado, 28 años puerta con puerta, ella 65 años y un cáncer de páncreas. No duró ni cuatro meses.
Ayer subió a mi oficina un compañero a decirme dos cosas:
-Que tenía un tumor maligno en la vejiga
-Que quería prejubilarse
Juan, lo llamaremos Juan, es un tipo capaz de estar dos horas seguidas contando chistes sin repetir ni uno, capaz de cantar las canciones más inverosímiles y capaz de levantar el ánimo al más decaído. Llevamos juntos 18 años en la empresa y creo que no ha habido un solo día que no me haya reído con sus "payasadas". Sus ojos siempre desprenden chispas de alegría y a pesar de tener 59 años, tiene un espíritu tan jovial que muchos de 35 envidiarían.
Ayer mientras charlábamos, su mirada estuvo fija en la grapadora que había encima de la mesa.
Le preparé la prejubilación e intenté quitarle hierro al asunto, intenté ser optimista, intenté dar esperanzas, intenté incluso bromear. Intenté hacer con él lo que llevo haciendo conmigo misma desde noviembre. Y cada vez me cuesta más.