jueves, 8 de enero de 2009
En algún sitio leí que cuando se escribe hay que hacerlo para que le guste a una persona, porque si abres la ventana para que le guste a todo el mundo, las letras pueden coger una pulmonía. Así que este cuento lo he escrito para una persona en particular: el enano
-¿Sabías que el cielo que vemos aquí es el mismo que ven los niños de Australia, o los niños de Japón o los niños de España? - Raúl había nombrado países lejanos, que había dado en clase de Geografía, aunque todavía no se había aprendido sus capitales y tenía dudas a la hora de situarlos en el mapa-. ¿No es increíble que quepamos todos debajo de él?
Una lluviosa tarde, Raúl se encontró un gatito entre unos cubos de basura. Estaba en los huesos, con pulgas, y maullaba tiritando de frío y de hambre. Fue incapaz de dejarlo allí. Lo cogió con mucho cuidado para no hacerle daño, lo metió dentro de su chaqueta, al resguardo de la lluvia, y se lo llevó a casa. Le secó el pelaje con una toalla limpia y le puso en el suelo un plato con leche. El gatito era tan pequeño que se metió todo él dentro del plato. Lamía el blanco líquido con tal ansia que Raúl temió que se atragantara.
A Raúl le gustaban las estrellas. Durante toda la semana soñaba con que llegara el sábado porque ese día, si se había portado bien en el colegio, su madre le llevaba al Planetario.
Cuando salían de él, iba todo el camino de vuelta a casa explicándole a ella el misterio del firmamento.-¿Sabías que el cielo que vemos aquí es el mismo que ven los niños de Australia, o los niños de Japón o los niños de España? - Raúl había nombrado países lejanos, que había dado en clase de Geografía, aunque todavía no se había aprendido sus capitales y tenía dudas a la hora de situarlos en el mapa-. ¿No es increíble que quepamos todos debajo de él?
Una lluviosa tarde, Raúl se encontró un gatito entre unos cubos de basura. Estaba en los huesos, con pulgas, y maullaba tiritando de frío y de hambre. Fue incapaz de dejarlo allí. Lo cogió con mucho cuidado para no hacerle daño, lo metió dentro de su chaqueta, al resguardo de la lluvia, y se lo llevó a casa. Le secó el pelaje con una toalla limpia y le puso en el suelo un plato con leche. El gatito era tan pequeño que se metió todo él dentro del plato. Lamía el blanco líquido con tal ansia que Raúl temió que se atragantara.
-Despacio, gatito, despacio,le dijo como si el gato le entendiera.
-Tendrás que ponerle un nombre-le avisó la madre de Raúl.
-Mira que ojos tan azules tiene-le contestó el niño-. Por eso se va a llamar Orión.
A partir de aquel día, Orión y Raúl se convirtieron en inseparables. Cuando el niño se iba a la escuela, el gato le acompañaba hasta la puerta. Levantaba el lomo y el rabo y se frotaba despacio contra su pierna en señal de despedida. Y cuando volvía, empezaba a llamarle ya desde la calle.
-Orión, Orión, ya he vuelto -le decía mientras tiraba la cartera encima de la mesa y se sentaba en el sofá. Orión llegaba obediente y se subía de un salto a su regazo, esperando su dosis de caricias. A menudo se quedaban así dormidos los dos.
Raúl le enseñaba a Orión sus libros sobre estrellas. Tenía tantos que apenas se veían otras cosas en su habitación, pero él nunca se cansaba de mirarlos. Cuando terminaba sus deberes, sacaba una caja de debajo de la cama. Estaba construyendo la constelación que había dado nombre a su gato, a base de pelotas de distintos tamaños y alambres. Cuando la terminase, la pintaría de azul y la colgaría del techo. Estaba orgulloso de su obra.
La noche del undécimo cumpleaños de Raúl, su mamá fue a su encuentro. -Abrígate - le dijo - vamos a ir a un sitio muy especial.
A Raúl le encantaban las sorpresas, así que obedeció al instante. Metió a Orión en una cesta y subieron al coche. Dejaron atrás la ciudad y después de una hora llegaron al campo. Cuando Raúl salió del coche se encontró con un cielo limpio cuajado de estrellas, tan perfectas, que se diría que alguien se había entretenido en ponerlas allí arriba una a una. Pusieron una manta en el suelo y se tumbaron en ella los dos.
-Mira, mamá, ése es el Cangrejo, y allí está Pegaso, y mas allá el Unicornio - le iba explicando a su madre- completamente excitado.
-Mira, Orión, y allí estás tú - y levantó al gato para que también él lo viese.
-Mamá, ¿no te gustaría tener una estrella?
-Yo ya tengo una estrella, dijo su madre sonriéndole.
A Raúl se le abrieron mucho los ojos, como cuando había lasaña para comer.
-¿Sí? ¡Cómo! ¿Desde cuando? ¿Por qué no me lo habías dicho nunca? ¿Dónde la tienes? -A Raúl se le agolpaban las preguntas.
Su madre le pasó la mano por el pelo.
-La tengo delante de mí. Tú eres mi estrella.
Definitivamente -pensó Raúl- éste ha sido el mejor cumpleaños de mi vida.
A partir de aquel día, Orión y Raúl se convirtieron en inseparables. Cuando el niño se iba a la escuela, el gato le acompañaba hasta la puerta. Levantaba el lomo y el rabo y se frotaba despacio contra su pierna en señal de despedida. Y cuando volvía, empezaba a llamarle ya desde la calle.
-Orión, Orión, ya he vuelto -le decía mientras tiraba la cartera encima de la mesa y se sentaba en el sofá. Orión llegaba obediente y se subía de un salto a su regazo, esperando su dosis de caricias. A menudo se quedaban así dormidos los dos.
Raúl le enseñaba a Orión sus libros sobre estrellas. Tenía tantos que apenas se veían otras cosas en su habitación, pero él nunca se cansaba de mirarlos. Cuando terminaba sus deberes, sacaba una caja de debajo de la cama. Estaba construyendo la constelación que había dado nombre a su gato, a base de pelotas de distintos tamaños y alambres. Cuando la terminase, la pintaría de azul y la colgaría del techo. Estaba orgulloso de su obra.
La noche del undécimo cumpleaños de Raúl, su mamá fue a su encuentro. -Abrígate - le dijo - vamos a ir a un sitio muy especial.
A Raúl le encantaban las sorpresas, así que obedeció al instante. Metió a Orión en una cesta y subieron al coche. Dejaron atrás la ciudad y después de una hora llegaron al campo. Cuando Raúl salió del coche se encontró con un cielo limpio cuajado de estrellas, tan perfectas, que se diría que alguien se había entretenido en ponerlas allí arriba una a una. Pusieron una manta en el suelo y se tumbaron en ella los dos.
-Mira, mamá, ése es el Cangrejo, y allí está Pegaso, y mas allá el Unicornio - le iba explicando a su madre- completamente excitado.
-Mira, Orión, y allí estás tú - y levantó al gato para que también él lo viese.
-Mamá, ¿no te gustaría tener una estrella?
-Yo ya tengo una estrella, dijo su madre sonriéndole.
A Raúl se le abrieron mucho los ojos, como cuando había lasaña para comer.
-¿Sí? ¡Cómo! ¿Desde cuando? ¿Por qué no me lo habías dicho nunca? ¿Dónde la tienes? -A Raúl se le agolpaban las preguntas.
Su madre le pasó la mano por el pelo.
-La tengo delante de mí. Tú eres mi estrella.
Definitivamente -pensó Raúl- éste ha sido el mejor cumpleaños de mi vida.
3 comentarios:
Creo que si mirásemos siempre al cielo, acabaríamos por tener alas..(Flauvert)
Aunque estoy cerquita de rozar la mía con mis dedos, dos luceros iluminan mi verdadero viaje.
Bello cuento para dos grandes estrellas :-D
Besotes R y T
Raúl y las estrellas...
Venus ahí vigilante...
Besos a repartir.
Precioso cuento y con final feliz, bien.
También son mi pasión las estrellas, también he ido a unos cuantos planetarios, y también me he tumbado en el suelo de mi patio en noches estrelladas, para ver si soy capaz de distinguirlas,apasionante, me encanta.
Muchísimos besos
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