En brazos de Graham

martes, 7 de abril de 2009



Llueve. Ha llovido toda la noche. Las pérfidas gotas se incrustan a propósito entre las ranuras de la persiana de mi dormitorio, impidiéndome conciliar el sueño. Culebrean para desasirse del cristal y silabean cuando lo consiguen, triunfantes. Zsssss, zsssss, zsssss. Se escurren por el alféizar de la ventana consiguiendo que esté más pendiente de ellas que de las sábanas. Cierro los ojos. Zsssss, zsssss, zsssss.

De repente me entran ganas de saber la hora que es. Unas ganas tremendas, inconmensurables, lujuriosas. La sabría si no hubiese guardado en el armario empotrado el radio reloj que me regalaron en navidad, pero sus enormes números verdes me hipnotizaban. Completamente hechizada, acomodaba mi almohada lo más cerca posible de sus brazos fluorescentes para ir contando los segundos que me restaban de sucumbir a la completa oscuridad.

Si alargo el brazo y enciendo la lámpara de la mesilla me desvelaré por completo, lo sé. Pero conocer esas cifras se convierte en obsesión. Entorno los ojos. Zsssss, zsssss, zsssss.

Las tres y veinte. Ya está hecho, no pude evitarlo. Cojo el primer libro de los tres que descansan paralelos a mi cabeza y lo abro por donde el marcapáginas de Tenerife me indica que lo dejé la noche anterior. María está durmiendo entre sábanas revueltas después de haber hecho el amor con Graham. Menuda paradoja. Me encantaría hacer el amor ahora para luego dormirme como María. Graham también duerme, exhausto. Todos duermen menos yo.

Después de veinte páginas me obligo a apagar la luz. Mis ojos tardan en acostumbrarse a la penumbra y sigo viendo el fantasma del libro en mis manos. Zsssss, zsssss, zsssss. Esas malditas gotas deberían cambiar de ritmo.

Abro las piernas y los brazos abarcando la cama entera. Los cierro y los vuelvo a abrir. Hago un ángel en la nieve, sin nieve.
Tiro a María de la cama de un empujón y la sustituyo al lado de Graham. Quizás él no note la diferencia. Le paso el brazo por el torso y apoyo mi cabeza en su pecho. Intento escuchar pero no oigo nada, su corazón no late. Lógico, teniendo en cuenta que no tiene corazón. Mejor así, el ronroneo de su respiración sin duda me distraería de lo que pretendo. Tal vez me duerma si consigo que Graham me abrace. ¿Si consigo? puedo hacer con Graham lo que quiera. Y ahora quiero que me abrace.

Diferentes números desfilan por mi cabeza, se acercan y se alejan, se hacen gigantes y diminutos, se entrelazan, se superponen, se desdoblan. Me acurruco al lado de Graham. Estoy a punto de dormirme, lo noto.

Zsssss, zsssss, zsssss. Tengo que acordarme de escribir esto mañana. Espero que María no me guarde rencor.

2 comentarios:

Thalía dijo...

Has descrito perfectamente mi situación miles de veces. Pero no, no se llama Graham, aunque sea igual de manejable.

Besos insomes

sauce dijo...

Pues que sepas que el insomnio es inspirador... Una semanita así y escribes un precioso libro de relatos.

Un beso guapetona