Estoy rebuena como una pera pocha II

jueves, 22 de abril de 2010

Pues sí, para pitonisa no tenía precio. No han sido 50 puntitos pero sí 25. A favor del colesterol, naturalmente. O sea, que si hace tres meses lo tenía en 250 ahora lo tengo en 275. Cojonudo, vamos. Hoy no estaba mi médico habitual porque está de baja, y su sustituta se ha asombrado tanto como yo de que con dieta, ejercicio y medicación, mi colesterol malo suba cada día más y mi colesterol bueno haga lo mismo que su primo pero en dirección contraria. Pa mear y no echar gota, que diría mi padre.
Así que me ha dado un volante para el endocrino, para que me haga estudios más especifícos, análisis más precisos y vudú si hace falta.
Y no tengo ganas de escribir más. Aquí llueve y dentro de unas horas me voy a Madrid (allá donde se cruzan los caminos, aunque a mí nunca me ha pasado por mucho que fantasee con ello) a pasar el puente de San Jorge. Ya sé que la diferencia entre estar y no estar es ridícula porque me asomo poco por aquí, pero de alguna manera tengo que terminar esto.

Encuentro con el vampiro II

miércoles, 14 de abril de 2010


Esta mañana he vuelto a ir a la seguridad social a que me despojaran de cinco tubitos de mi preciada sangre. Sí, soy reincidente y cabezona. A ver quién puede más, si mi elevado colesterol o yo. Se admiten apuestas.
Hoy no voy a hablar de la torpeza del vampiro a la hora de zancochar mis venas, porque he tenido suerte y me ha tocado la vampiresa buena y ni me he enterado. O sea, que tal como sospechaba, no es que tenga malas venas, lo que hay es poca destreza en el gremio. Algo así como el dicho de que no hay mujeres frígidas sino hombres inexpertos pero aplicado a meterte una aguja en la vena.
Que me desvío del tema. Hoy en la sala de espera me he dedicado a observar y a pensar. Lo sé, eso no se debe hacer nunca y menos en ayunas, pero tengo el atenuante de que voy endrogá perdía a causa de cócteles de antibióticos y calmantes, debido a una infección morrocotuda en una encía, que dicho sea de paso me ha provocado el aspecto de un pavo en la parte derecha de mi cara a causa de un flemón de considerable tamaño.
Pues bien, andaba yo observando a las personas que hacían lo mismo que yo, es decir... esperar a oír su nombre con el estómago vacío. Casi todos eran de avanzada edad, matrimonios de los que llevan 50 años o más juntos, y que se acompañan al médico aunque sólo uno de los dos necesite la visita. Los veía salir de la extracción de sangre con paso torpe, apoyados en su gayata, mientras el cónyuge que se había quedado esperando se levantaba solícito de su asiento y le decía...ven, siéntate aquí. Y me he puesto a pensar en cuando yo tuviese esa edad.
¿Quién me guardaría el asiento? ¿quién me bajaría la manga del jersey? ¿quién me ayudaría a ponerme el abrigo? ¿quién me cogería amoroso del brazo para salir juntos?

Durante unos cortos instantes he sentido envidia de los abuelos.

Después me he ido a desayunar, zumo de naranja natural y una tostada de pan con mantequilla y mermelada. Oye, que me había quedado sin sangre, que había que reponerla. He puesto una servilleta en el mostrador, he sacado de mi bolso la pastilla de antibiótico, que más que pastilla parece un obús, la he partido por la mitad, he añadido una de calmante, y las tres para adentro.

Y se me han olvidado los abuelos.