Eso no se hace

martes, 30 de marzo de 2010

Tengo la (extraña) costumbre de desayunar cada día viendo el Telediario. Lo sé, son ganas de amargarme recién levantada, pero como digo es cuestión de (extrañas) costumbres. Hay gente que va con los ojos cerrados hasta la cocina a prepararse un café y se lo bebe de pie sin sentirse persona hasta que la cafeína se le instala en las venas. Yo echo en un vaso medio brick de zumo del Caribe, que como su nombre indica lleva piña y coco, saco de su bolsa una rebanada de pan de molde con corteza tan blanda como la miga, que la publicidad dice que fue creado por Dios para que no discutieran los seguidores de ambos bandos, con y sin corteza (que ya es imaginar) le coloco encima una loncha de pavo, que imagino que tiene de pavo lo mismo que yo de bailarina de ballet, y doblo la rebanada sobre sí misma. Con eso me voy al salón, me siento en el sofá y pongo el Telediario mientras pienso que tengo suerte de levantarme a las siete y media de la mañana y no a las tres o las cuatro como los panaderos.
Y hoy, cuando la mitad de la rebanada doblada sobre sí misma estaba viajando ya por mi cuerpo, la otra mitad casi se cae de mi mano cuando he oído al presentador decir: Ricky Martin ha confesado en su blog que es homosexual. Mi primera reacción ha sido decir en voz alta... ¡hostia! y la segunda comprobar que estaba viendo las noticias y no el tomate (que dicho sea de paso me enteré hace poco que ya no lo emitían, así de puesta estoy en asuntos del cotilleo)
A ver, que no discuto que sea noticia que uno de los hombres más deseados por todas las mujeres del planeta manifieste abiertamente que es gay (mi hija diría...¡menudo desperdicio!) destrozando así mis planes de tener algo con él este año. Algo guarrillo, se entiende. Lo que me descoloca es que me lo cuenten en los diez minutos matutinos destinados a enterarme de terremotos, inundaciones, volcanes arrojando lava, ladrones llevándose una pasta de la Caja de Ahorros de las montañas rocosas o adolescentes americanos creyéndose Clint Eastwood. Eso no se hace.

La primavera la sangre no altera

lunes, 22 de marzo de 2010

¡Quién nos lo iba a decir! Otra primavera que ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Oye, que no falla, todos los años en marzo llega quieras o no quieras. Aparece la primavera y la luz inunda las horas, mejora el estado anímico, las abejitas polinizan a toda flor que se menea y por lo que se deduce de las encuestas se incrementan las relaciones sexuales entre humanos, conocidos o desconocidos. Vamos, que se te altera la sangre por decreto ley.

Yo nací en primavera, debe ser por eso que a mí no me afecta. Ni soy especialmente feliz por su llegada ni por el contrario sufro con la tan traída astenia. Igual es que tengo la sangre alterada durante todo el año o lo que es peor, no tengo sangre en las venas. Aunque si no tuviera sangre...¿para qué querría venas? Estoy pensando que ayer mismo me corté con una caja en la palma de la mano y un líquido rojo salió. ¡Mira que si era bloody mary!

Además, las mujeres somos las únicas hembras de todo el reino animal que no tenemos época de celo, es decir, que estamos enceladas todo el año. Unas más que otras, también es verdad. Bueno, en realidad eso también le pasa a las gallinas, aunque no se puede considerar un celo, ellas directamente ponen huevos todos los días porque todos los días son fértiles. Y para más inri tienen un bolsillico en el útero en el que se guardan el semen durante varios días por si el gallo está vago o no da más de sí. Que tener a todo el gallinero contento a diario no creáis que es moco de pavo.

A lo que íbamos, que no, que no me altero. Hace tantos años que no me gusta un espécimen del sexo contrario que ya dudo de mi capacidad. No de gustar, que eso afortunadamente sigue ocurriendo (cada vez menos, eso sí) pero quizás me falta la hormona que regula la atracción por otra persona. Oye, no os riais, que puede ser, que no es normal que no me guste nadie. Y por gustar no me refiero al hecho del coqueteo para el apareamiento propiamente dicho (ya que hablamos de animales) sino al de exclamar...¡cómo me gusta este hombre! Claro que supongo que aquí entran en juego otras muchas cosas, detalles como yo los llamo, y que la falta de ellos en todos los hombres que he conocido de unos años para acá me daría para otra entrada.

Resumiendo, que lo que más me gusta de la primavera es esto:


porque luego trae esto:

¡¡¡Cómo me gustan las cerezas!!!

Pautas comestibles

miércoles, 10 de marzo de 2010

Por si a algún señor, señorito o sucedáneo se le ocurre invitarme a cenar un día de estos o de los otros, he elaborado una lista de las cosas que jamás me comeré, ni siquiera por quedar bien con el anfitrión.
-Casquería fina. Si eres de los que opinan que la lengua estofada está suprema, o que los sesos rebozados son manjares de dioses, una de dos... o te privas de ponérmelos en la mesa o invitas a cenar a otra. Aquí entran también callos, mollejas, criadillas, cabezas, hígados, riñones, rabos y demás "delicatessen".
-Marisco. A lo mejor quieres obsequiarme con una mariscada. Ya sé, ya sé que cualquiera estaría encantada. Pero yo no. No me pongas nécoras ni bueyes de mar ni percebes ni centollos ni centollas ni navajas ni ostras (por favor, ostras no) Te costaría una pasta y lo único que aprovecharía serían las gambas.
-Animales enteros. Si has pensado en unas perdices escabechadas....olvídalo.
-Carne sangrante. Bueno, ni sangrante ni siquiera rosadita. Venga, mejor no me pongas carne y así no te vuelvo loco con el...pásamelo más.
-Caracoles. Si te apetecen mucho mucho, a mí me arreas una barra de pan y ya mojaré en la salsa.
-Macdonalds, Burrikins y similares. Vale, he ido de un extremo al otro desde la mariscada a esto, pero se trata de darte pautas ¿no?
Quitando esta lista tengo buena boca, me lo como todo.
En cuanto a postres ahí sí me puedes poner lo que quieras. Sólo hay dos cosas dulces que no me hacen tilín: el mazapán y el merengue. Así que lo tienes fácil.
A cambio me comprometo a no comer con la boca abierta, a usar correctamente el cuchillo y el tenedor (aunque me encante comer con las manos), a no tirarte bolitas de pan a los ojos, a llevar una conversación agradable, a usar la servilleta, y si se tercia, a meterte mano por debajo del mantel (siempre que no haya nadie interesado por ti en medio kilómetro a la redonda, of course)