Los jueves, Sabina (XXXVI)

jueves, 29 de octubre de 2009

¿Dónde crees que vas? ¿Quién te parece que soy? No mires atrás, que ya no estoy.

¡¡¡Sabina tiene nuevo disco!!! Sí sí sí. Se titula Vinagre y Rosas, y esta canción es el single. Ya la he escuchado unas cuantas veces y como siempre me pasa con sus canciones, me gusta más cuanto más la oigo. Además, tengo que aprendérmelas todas porque....redoble de tambores... el día 27 de noviembre tengo una entrada en primera fila para asistir en Zaragoza a su concierto. Quizás no me creáis si os digo que jamás lo he escuchado en directo, así que comprended mi emoción. Mil gracias a Ana por su dedicación para que esto sucediera. Por supuesto, habrá crónica extensa de todo, aunque es probable que pasen días antes de que pueda cerrar la boca.

Hoy... Tiramisú de limón

Vacaciones en Octubre (III parte)

martes, 27 de octubre de 2009


Las gaviotas se han acostumbrado a llegar a la playa antes del atardecer para recoger los restos de comida que dejaron desperdigados los descuidados turistas. Las contemplo durante un buen rato sentada en las escaleras de acceso mientras noto que el cielo se va poniendo más y más gris, presagio de lo que después vendrá. Llego al hotel justo cuando empiezan a caer las primeras gotas, que se convierten más adelante en un verdadero temporal. El viento sopla fuerte y golpea el toldo rítmicamente contra la pared, y tal parece un insistente viajero que llamase a la puerta. Las palmeras del paseo intentan resistirse pero acaban rindiéndose, casi como estoy a punto de rendirme yo.




La lluvia en mi ventana me arrulla durante la mayor parte de la noche y duermo poco y mal, pero cierto es que después de la tempestad siempre viene la calma y como la mañana amanece resplandeciente decido visitar Sanlúcar de Barrameda, que según leo tiene el dudoso honor de ser la población española con menor renta per cápita, pero que a mí me enamora desde que la piso. Aquí se junta el río Guadalquivir con el Atlántico y yo no quiero perderme ese encuentro, subo y bajo cuestas del casco viejo de la población, entro en el mercado de abastos y curioseo entre los puestos de pescados y frutas y verduras, y visito el Ayuntamiento, que antiguamente fue la residencia veraniega de los duques de Montpensier y cuyos impresionantes jardines están abiertos al público. No me lo pienso dos veces y me adentro en ese laberinto de cocoteros, dragos, ficus gigantescos y abundante vegetación. En mi solitario paseo dejo volar mi imaginación y casi me parece ver a los duques cogidos del brazo comentando la fiesta que darán a la semana siguiente.


Cuando me quiero dar cuenta llevo cinco horas seguidas caminando y mis rodillas y sobretodo mi estómago comienzan a protestar. Entro en un restaurante situado en una estrecha callejuela y un camarero jovencito me recita lo que tienen de menú. Elijo fideos con gambas y chocos con ensalada y cuando termino le comento al chaval lo bueno que estaba todo. Un par de horas más tarde subo al autobús que me lleva de vuelta y nada más sentarme en mi asiento se escucha a Pablo Milanés diciendo que no le pide que le baje una estrella azul, y aunque no quiero, una terca lágrima termina haciendo su camino. Estoy cansada, pero contenta. Además, en la habitación del hotel tengo a los diecisiete Aurelianos Buendía con la cruz de ceniza en la frente y no puedo hacerles esperar.

Vacaciones en Octubre (II parte)

domingo, 25 de octubre de 2009

Paseo casi de noche por unas calles tan solitarias como yo. Toda la gente que las abarrotaba en agosto ha desaparecido en octubre. Lo prefiero así. En verano no podría oir ni mis pensamientos. Y ellos me llevan nuevamente al mar. Conforme me acerco se hace más notable el frío y me desabrocho la chaqueta para dejarlo entrar en mí. Va a llegar pronto, estoy segura. La temible punzada de la melancolía. Me siento en un banco y le dejo un hueco. Pequeño. La balaustrada del paseo marítimo es roja y blanca. Cuento las columnas de cada tramo. Quince. Y cada tres tramos de quince columnas, una farola. Aunque si la miras bien parece un señor delgado con la cabeza brillante y sombrero cordobés. El cielo está espectacular. Hago una fotografía y sonrío sin pretenderlo. Me levanto del banco y ahí te quedas a mi nostalgia le digo.


Ya en el hotel, Aureliano José se sienta desnudo en una esquina de mi cama junto a su tía Amaranta y ambos se agotan a caricias. En la otra esquina, el coronel Gerineldo Márquez, perdido en su soledad, le comunica telegráficamente al coronel Aureliano Buendía que está lloviendo en Macondo.

Lleno un vaso de zumo de naranja, corto un panecillo integral y pongo las dos mitades a tostar. En una de ellas, aceite de oliva y jamón serrano, en la otra, mantequilla y mermelada de ciruela. Salgo con mi botín a desayunar a la terraza. Me siento pletórica. Hay que ver lo poco que se necesita para ser feliz. A pesar de hacer un día magnífico la playa está casi desierta. Perfecto.


Callejeo por el pueblo. Me detengo en un puesto de periódicos. Aquí no llega el Heraldo, así que compro El País y me siento en una terracita a leerlo. Entre página y página levanto la vista para deleitarme con el ir y venir de la gente. Un lugareño se apea de la bicicleta para charlar con una pareja. En la cesta de la bici lleva unos cuantos peces que les ofrece por cinco euros. Les comenta que el pescado cuanto más feo, más sabroso. Sin poderlo remediar comienzo a canturrear una lágrima salada con sabor a mermelada de ternura moja el suelo de su alcoba donde un espejo le roba la hermosura. Un poco más allá, tres abuelos discuten de fútbol, sentados al sol. A mi derecha un grupo de alemanes habla en voz alta y ríe estrepitosamente. Guardo el periódico, pago mi coca cola y busco un sitio para comer. Esto es vida.

Vacaciones en Octubre (I parte)

sábado, 24 de octubre de 2009

Me bajo en Atocha de la misma forma en la que llevo haciéndolo desde hace años, cantando interiormente allá donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir, donde regresa siempre el fugitivo...

Viajo en coche hasta el barrio de Manolito Gafotas mientras hago lo que hago siempre, mirar los edificios, los parques y el tráfico, intentando descubrir a alguien perdido, aunque jamás ha sucedido. Ceno invitada en la cuesta de San Vicente una brandada de bacalao, que es una sinfonía para todos los sentidos y un pudding que da pena comérselo y al que no me resisto a hacerle una fotografía.




Duermo inquieta, como siempre que tengo que hacer un viaje más o menos largo, y al día siguiente vuelvo a Atocha, esta vez para marcharme al Sur. Me encanta viajar en tren y hoy tengo casi cuatro horas por delante para disfrutarlo. Espero a que se ponga en marcha para sacar de mi bolso un libro lleno de Aurelianos y José Arcadios Buendía que es la tercera vez que empiezo y que estoy dispuesta a acabar, ahuyentando los malos espíritus que me lo impidieron las dos veces anteriores. De vez en cuando dejo el libro en mi regazo y paso un rato mirando por la ventanilla, percibiendo cómo cambia el paisaje conforme cruzamos a velocidad de vértigo de una comunidad a otra, o apoyo la cabeza y cierro los ojos, permitiéndome fantasear. Puertollano, Córdoba, Sevilla, ya queda poco para bajarme del tren, aunque todavía me espera una hora de autobús hasta llegar a mi destino.

El hotel es como me lo imaginaba y la habitación, aunque pequeña, dispone de todo lo que necesito ¿para qué más? La cama tiene un colosal cabecero de madera labrada y un colchón duro, como a mí me gusta.


Sin deshacer la maleta me desnudo y entro en la ducha para arrancarme el cansancio del viaje porque me apremia la necesidad de encontrarme con él, con el mar, al que no veo desde mi ventana pero oigo, curiosa sensación. Cruzo la estrecha calle que nos separa y lo saludo con desbordada alegría, como siempre. Hacía años que no te veía, le digo, no sabes cómo te he echado de menos. Y él finge no reconocerme, sólo por hacerme rabiar, pero al cabo de unos segundos trae a mis pies descalzos una ola repleta de espuma blanca y evocadoras caricias que me indican que sí, que se acuerda de mí. Me siento en una de las butacas de mimbre de la terraza del hotel para deleitarme con lo esperado.

Es difícil describir una puesta de sol porque poetas y escritores de todos los tiempos le han dedicado sus letras magníficamente antes que yo, pero este atardecer lo siento como únicamente mío, porque mío es, y me parece increíble que algo tan cotidiano, que ocurre todos los días, pueda emocionarme tanto. Mientras el sol va bajando y el cielo y mi corazón se van tiñendo de rojos anaranjados, pienso por unos instantes lo bonito que sería disfrutar de esto con alguien cogido a mi mano, pero es sólo eso, un instante, porque no es justo estar perdida en pensamientos abstractos mientras la naturaleza le prepara unas sábanas de agua al sol y lo arropa, protectora, ante mi presencia. Disparo mi cámara fotográfica y queda grabada la imagen, aunque lo que me importa, lo que verdaderamente me importa, es que esté impresa en mi memoria.


Los jueves, Sabina (XXXV)

jueves, 15 de octubre de 2009

No es casualidad que hoy haya elegido esta canción (que me encanta) y es que en breves yo también me iré pal sur . Por cierto, en la transcripción han cometido un falta de ortografía (o un error, a saber) que cambia el sentido de la frase y que hace daño a la vista. Vale, antes de que alguna lo diga, hace daño a mi vista.

Cuatro noches en un hotel con encanto construído a principios del siglo XX... 124 euros, billetes varios de tren de ida y vuelta... 82 euros, comidas y cenas... 100 euros.

Despertar cada día cuando mi cuerpo considere que es suficiente, desayunar en la terraza mirando el mar, callejear sin rumbo y sin tiempo entre casitas blancas, pasear por la arena de la playa con los zapatos en la mano y la alegría en el corazón, sentarme en un banco y dejar que la brisa marina juegue con mi pelo, quedarme sin respiración disfrutando de un rojo atardecer, morirme de la risa en la cocina de Sauce mientras pochamos verduras, y volver a casa convencida de que sólo hay que llorar por cosas que merezcan la pena. Todo esto... no tiene precio.

Hoy...Vámonos pal sur

Un puente en Pijolandia

martes, 13 de octubre de 2009

Este puente del Pilar lo he pasado en un hotel de cinco estrellas lujo. Yo nunca había pasado de las tres, estrellas, quiero decir, así que en mi ignorancia hoteril supuse que cinco estrellas lujo quiere decir la leche en bicicleta y cuando una amiga me propuso el planazo de acompañarla estos días en Valencia, a gastos pagados, me faltó tiempo para decir... sí, sí, sí, sí. Que como dije el otro día soy imbécil pero no tonta.
El hotelito en cuestión es el Sidi Saler. Os lo digo por si os apeteciera o apeteciese la experiencia. Claro, que para eso primero tienes que encontrarlo. El Sidi Saler está donde Cristo dio las siete voces, allá en la lejanía. Ellos lo publicitan de otra forma mucho más acorde con las estrellas: en medio de la Albufera, yo diría: en medio de la nada. No hay carteles indicadores hasta que te hallas a cien metros y cuando ya has pasado veinte veces por la misma rotonda y le has preguntado hasta al grillo que retoza en los arrozales, resulta que tienes que meterte por una opción que nada tiene que ver con el nombre. O sea, es como si tú quieres ir a Aranjuez y en la carretera te da cuatro opciones: a Villafoca de Abajo, a Pitita de la Sierra, a Ventanales y a Cualquierasabe de la Cañada. Pito pito gorgorito, dónde vas tú, tan bonito.
Una vez que la mamá del grillo te dice que tienes que ir por Ventanales ( y supongo yo que la pobre grilla estará hasta las antenas de los huéspedes del Sidi Saler) tienes que ir a diez por hora por esa carretera porque si vas a veinte te pasas el desvío al hotel y otra vez a empezar.
Entras en el hotel y, efectivamente, parece de lujo. Mucho sofá de piel, una recepción enorme (y un recepcionista con una cara de amargao que no disimulaba), espejos y pianos y mármoles y plantas gigantescas. A primera vista veo que el acceso para minusválidos se lo pasan por el Arco del Triunfo: escaleras para llegar a los ascensores y escaleras para ir al comedor. Mucha tarjeta electrónica y mucha historia para llegar a la habitación y encontrarte con el decorado de la serie de televisión "Cuéntame" . Moqueta gastadísima en el suelo, con lo antihigiénica que es, puertas interiores pintadas de blanco de cuando yo moceaba, una televisión a la que sólo le faltaban las antenas, unas cortinas que si las ve Ágata Ruiz de la Prada le da un desmayo por horrorosas, una cama de matrimonio normal y corriente y una ducha fija en la pared a una altura de más o menos 1.70, que debía ser el tamaño extra largo cuando Franco inauguró el hotel, o sea, que yo creo que aproximadamente la mitad de la población tiene que ducharse encogido. El mini bar cargadito de rones, güisquises y demás, pero ni un cubito de hielo. Hala, a palo seco. Aunque como el interior de la neverita estaba a temperatura ambiente ¿para qué quieres el hielo si se te va a deshacer en un pispas? han pensado en todo, no creáis.
Eso sí, salí a la terraza y se me olvidó todo. Allí delante el mar, todito a mi disposición. Bueno, todito no, el trozo que se veía entre esquina y esquina del edificio, pero no me quejé, porque nosotras estábamos en el tercer piso y podía haber sido peor, podía habernos tocado el primero, que lo único que supongo que verían cuando salieran a la terraza sería la palmera de enfrente. Había también una piscina cubierta (que no ví) y otra al exterior (que sí ví) En esta última, un wenorro con pantaloncito blanco y camiseta roja coloca las hamacas cada mañana. En la camiseta se leía: piscinero (juro por Dolce y Gabana que ponía piscinero)
Eso sí, si quieres hamaca...paga, si quieres un periódico... paga, si quieres ver en la televisión alguna cadena más aparte de las habituales...paga, si quieres tener acceso a internet...paga, si quieres una botella de agua de 33 cl... paga ¡3.90 euros! y si quieres el desayuno buffett... paga ¡19 euros! De todo esto no quise nada. Ni de nada que tuviese que ver con el SPA, la manicura, la pedicura, la peluquería, los masajes con chocolate, con piedras calientes, con vino, con arroz o con gazpacho.
No me entendáis mal y penséis que me quejo de todo, como he dicho al principio no había estado nunca en un hotel de cinco estrellas, pero es que me he venido con la sensación de que ahora tampoco, excepto por los precios. Un hotel en el que te cuesta dormir 120 euros la noche en temporada baja (no quiero saber lo que costará en julio y agosto) digo yo que tendría que adecuar la estancia a ese dineral ¿no?
La última noche cometimos el error de ir a cenar al restaurante del hotel, porque habíamos estado todo el día trajinando por la Ciudad de las Artes y las Ciencias y estábamos reventadas ( y cualquiera se arriesgaba a tener que preguntar de noche a mamá grilla) Una pasada de restaurante, con un piano de cola en el centro y toda la pesca. Me puse a leer la carta y por un momento dudé de que estuviese escrita en español. Todos los platos ocupaban tres líneas. Así que pedí lo único que entendí y no me dio asco al leerlo: rape (bueno, rape con tres líneas más de gilipolladas varias) El super camarero divino de la muerte me trajo el plato tapado con una pichorra de esas altas que salen en las películas de lores ingleses y que no tengo ni idea de cómo se llama. Total, para descubrir dos trozos minúsculos de rape con una cucharada de espinacas, un montoncito de arroz verde (que supuse que habían cocido en el agua de cocer las espinacas) y media cebolla cocida. Olé y olé la nouvelle cuisine. Me comí el rape y dejé todo lo demás. Para el postre le pedí algo que no tuviese chocolate y me dijo: ¿sin chocolate? ah, sí, tenemos una sopa de lichis ( y diez palabras más) Mmmmm... es igual, déjelo, no quiero postre. Mi amiga firmó la cuenta y no quise saber lo que había costado semejante mamarrachez de cena.
Sólo le he encontrado dos cosas buenas al Sidi Saler. La primera, que sales por la puerta de la piscina (echando una mirada de reojo al piscinero) y pisas la arena de una playa casi desierta, la segunda y mucho, pero mucho más importante, que he podido disfrutar día y noche de mi amiga, a la que veo de ciento al viento.
Se ve que no estoy hecha para millonaria.

Los jueves, Sabina (XXXIV)

jueves, 8 de octubre de 2009



No podría ser otra.

Y sin post-it, aunque se intuye.

Hoy... 19 días y 500 noches.

Soy imbécil ¿y qué?

¿Alguna vez habéis tenido la seguridad de ser imbéciles? No digo que te pongas a mirar la telaraña de la esquina del techo y pienses... aish, igual soy imbécil. No, no, no digo que sea una sensación, digo que sea una certeza. Vamos, que pegues un puñetazo en la mesa y digas...¡coño, soy imbécil!

Estoy segura de que cuando nací a mi madre le dieron la grata noticia de la siguiente manera: Enhorabuena, señora, ha tenido usted una preciosa hija, que con el transcurrir del tiempo se convertirá en una preciosa imbécil. Porque eso si, seré imbécil, pero preciosa siempre. Dudo mucho que mi progenitora no me lo haya comentado en todos estos años por no herir mis sentimientos, así que más bien creo que, una de dos, o se le ha olvidado por completo o directamente pensó que los médicos saben lo que se dicen, que para eso han estudiado, y que cuando llegara el momento de mi máxima imbecilidad, ya sería yo lo suficiente madura para aceptarme y quererme así.

Al llegar a la conclusión de que soy imbécil me asaltaron terribles dudas. Como por ejemplo... ¿existen más imbéciles como yo o soy la única en la faz de la Tierra? ¿la imbecilidad es progresiva, como el deterioro físico, o llega un momento que alcanza su clímax? ¿el imbécil nace o se hace? y la que más me preocupaba ¿hay alguna asociación de imbéciles?

Dispuesta a averiguar esto último tecleé afanosa en busca de respuestas. Encontré la asociación de idiotas dispuestos a superarse, la asociación de personas que han sufrido a auténticos imbéciles (estuve a puntito de asociarme pero luego caí en la cuenta de que sería blanco fácil de sus iras y lo deseché), y la asociación de imbéciles unidos de España, que por lo que leí está sólo en proyecto de creación y que no me interesa porque usan palabras malsonantes, como cojones y zafio. Resumiendo, que ninguna era lo que yo andaba buscando.

Así que he decidido crearla yo, ya tengo el nombre: Asociación de imbéciles o imbécilas españoles o españolas. Las siglas serían A.I.O.I.E.O.E. Ya, ya sé que es bastante difícil de recordar, pero como buena presidenta he pensado en todo y le he añadido musiquilla, que todos sabemos que es mucho más sencillo recordar las cosas cantando. A los cien primeros socios se les regalará una armónica con la partitura, y en caso de necesitar más se harán fotocopias. También habrá un apartado especial para amigos imbéciles de otros países que quieran unirse a la asociación, bien sea por cumplir todos los requisitos o por simple empatía con los socios ya existentes..

La primera regla de la asociación es no negar nunca tu condición. Sí, soy imbécil ¿y qué? Cuando llegué a este estado me deprimí bastante, incluso lloré un poco mirando al cielo con el puño en alto increpando a los cirros, cúmulos y estratos. ¿Por qué yo? ¿por qué tengo yo que ser imbécil? ¡oh, mísero de mí! ¡oh, infelice! apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así. Ah no no, que esto lo decía Segismundo en La vida es sueño, pero me viene al pelo. Bueno, a lo que iba, que mientras estaba en estas divagaciones apareció un hombre que se puso a mirar hacia arriba, luego me miró a mí, luego otra vez hacia arriba y al final sentenció: estás tonta, anda que hablar con las nubes. No, señor mío, tonta no, imbécil... y a mucha honra. Y ahí aprendí a aceptarme y a quererme como imbécil, tal como había pronosticado mi santa madre.

Organizaremos excursiones, gimkanas del tipo...¿quién es el más imbécil de todos?, haremos mesas redondas sobre la imbecilidad y sus consecuencias, rifas de cenas románticas imbécil/imbécila, y si la tesorería lo permite, podemos incluso ir a conocer a otros imbéciles de países muy muy lejanos.

Estoy muy ilusionada con este proyecto, la verdad. Se me nota ¿no?

Los jueves, Sabina (XXXIII)

jueves, 1 de octubre de 2009

Para decir "con Dios" a los dos nos sobran los motivos.

Esta frase, tal cual, la pronuncié en los días previos a mi separación matrimonial. Semanas enteras de huelga de besos y sobrecarga de reproches, noches en las que no cerraba los ojos y mañanas en las que era lo único que deseaba. Un enjambre en mi cabeza y una losa en mi corazón. Silencio entre las sábanas y ruido de espadas en alto. Maletas arrastradas por el pasillo y cremalleras de soledad a medio cerrar.

Magnífica la canción, espero que os guste.

Hoy... Cerrado por derribo