Los jueves, Sabina (XXIX)

jueves, 27 de agosto de 2009






Si mis ojos miran a derecha y a izquierda, encuentro a gente (a bastante gente, en realidad) que no ha encontrado el "amor a medida" que proclama Sabina en esta canción. Quizás algunos lo tuvieron y lo dejaron marchitar, tal vez otros lo confundieron con pasión, afecto, admiración, con cualquier cosa menos con amor, y seguramente muchos lo tienen arrinconado contra las cuerdas, en alguna esquina anegada del corazón.

Hoy hay dos posit a falta de uno, porque las frases lo merecen.

Hoy... Rebajas de enero



Los jueves, Sabina (XXVIII)

jueves, 20 de agosto de 2009



Hoy no es un jueves de Sabina cualquiera. Tal día como hoy, aunque no era jueves, sino lunes, nació mi primera y única hija, aunque esto último no lo sabía entonces.
Se suele decir que la vida pasa en un soplo, y a tenor de cómo han pasado los 25 años que hoy cumple mi hija, ha sido un soplo bien corto. Mirarla y pensar...¿cómo es posible? es todo uno. En mis malos momentos me da por pensar en lo poco que he hecho en esta vida, pero a la vista está que he criado, y no me ha salido del todo mal, a una hija. Y estoy convencida de que me queda mucho por hacer.

Hoy no podía ser otra canción.

Hoy... Tan joven y tan viejo

Late, corazón

miércoles, 19 de agosto de 2009


Ayer mismo estuvimos hablando un compañero de trabajo y yo un buen rato sobre los trasplantes. La conversación se debió a que su mujer estaba en lista de espera para recibir un corazón. Y digo estaba porque por la noche fue avisada de que hoy recibiría uno, fruto de un donante víctima de un accidente. No deja de ser escalofriante pensar que alguien tiene que morir para que tú vivas.
El corazón nos galopa cuando vemos a la persona que nos hace soñar, llevamos siempre en el corazón a la gente a la que queremos, nos parten el corazón cuando nos traicionan o cuando el desamor entra en él, abrimos nuestro corazón cuando nos desahogamos con alguien cercano y querido, somos todo corazón cuando nos preocupamos de los demás y hacemos el bien, tenemos una espina clavada en el corazón cuando alguien nos hizo daño y no podemos olvidarlo, hablamos con el corazón en la mano cuando lo hacemos sinceramente, y si alguien es cruel o despiadado exclamamos: ¡No tienes corazón!
¡Pobre corazón nuestro! llevamos miles de años haciéndole responsable de que suframos o gocemos por amor. Si éste no llama a nuestra puerta nos convertimos en corazones solitarios y si somos felices tenemos el corazón contento. No hay pareja que se precie que no haya grabado en un árbol o en un papel un corazón atravesado por una flecha con los nombres de los enamorados en cada extremo.
Y sin embargo, para la mujer de mi compañero, su corazón era simplemente un órgano que no le funcionaba. Desde hoy tiene un corazón nuevecito. No sabrá nunca si su anterior propietario sufrió o gozó con él, si se desbocó viendo a la persona amada, si tenía alguna espina clavada, si se lo partieron alguna vez...
Sólo sabrá que a partir de ahora atesorará en su nuevo corazón emociones y sentimientos, como viene haciendo la humanidad desde el principio de nuestros tiempos, pero sobre todo, albergará en él un caudal de agradecimiento hacia la familia de la persona a la que antes perteneció.

Eso por ir a la orilla del río

lunes, 17 de agosto de 2009



Llevo todo el santo día cantando esta canción y no sé el motivo.
O quizás sí.
¡Maldita sea!

Noche Sabinera (II)

domingo, 16 de agosto de 2009



Ana duerme en la habitación de al lado. No, no me he equivocado de post, es que verdaderamente Ana duerme otra vez en la habitación de al lado. La diferencia es que esta vez está en mi casa.

Esta vez no avisamos a Carpo porque la paciencia de su santa esposa tiene que tener un límite, y no nos atrevemos a superarlo. Esta vez no viajé para ver a los músicos de Sabina, los músicos de Sabina vinieron hasta mí. Esta vez, como la otra, disfruté tanto que es tarea imposible poder describirlo.

Esta vez no hubo karaoke, así que Ana se quedó con las ganas de cantar. La organización consideró que si subían diez personas, nueve estarían borrachas, así que todo lo hicieron ellos.

El espectáculo empezaba tarde, a la una de la madrugada, así que Ana y yo nos fuimos a cenar. Bocata de tortilla de patatas para mí, bocata de pincho moruno con espárragos trigueros para ella (cómo se nota la que es de pueblo y la que es de capital)

Sentadas en una plaza, con los pies colgando, masticamos y hablamos a la vez obviando las reglas del protocolo más elemental. ¡A quién le importa el protocolo!

Pancho Varona, tan amable como yo lo recordaba, nos invita a pasar al "camerino". Vuelvo a flipar con el hecho cierto de que yo esté allí con ellos. Reímos y bromeamos. Hace un calor del carajo.

Empieza el concierto. Zumo de neón contra la depresión en primera fila, un verdadero lujo. Canto todas las canciones y me doy cuenta de que en alguna lo hago con los ojos cerrados. Y soy consciente de que las noches sabineras se han convertido para mí en una terrible y maravillosa adicción.

Nos vamos a casa a las cuatro y media de la madrugada, y todavía dejamos pasar un tiempo más sentadas en el suelo de mi terraza, calladas y mirando el cielo. Supongo que cada una tenemos nuestros propios pensamientos. Después caigo en los cálidos brazos de Morfeo (qué bien abraza el condenado) rememorando canciones, sensaciones...

Mi ingrato reloj interno me ha despertado a las nueve menos veinte y ya no ha habido forma ni manera de volver a dormir. No es justo.

¡Ah! casi se me olvida. Ana ligó con un veinteañero y con otro que no sé si llegaba a los 20 (eso sí, con unos ojos azules espectaculares) y yo ligué con una treintañera. Vaya plan.


Los jueves, Sabina (XXVII)

jueves, 13 de agosto de 2009

Casi siempre que una relación acaba, hay ruido.

De indiferencias, de rencores, de remordimientos, de pedalear cada uno en una dirección.

Hay ruido del peso que te quitas de encima, o del que te echas, ruido de ausencias y de portazos, ruido de silencios y despertares a solas.

De tiempo por aprovechar y de tiempo perdido, de dientes apretados, de corazones encogidos.

Hay ruido de armarios vacíos y de futuros llenos, de melancolías color púrpura, de nubarrones, de dolores inexplicables.

Hoy...Ruido

Los jueves, Sabina (XXVI)

jueves, 6 de agosto de 2009

Confieso que más de una vez, y más de una docena de veces, he llorado escuchando esta canción. Creo que todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos estado rozando esa nube negra, cuando no totalmente inmersos en ella. Tiempos fatídicos en los que no ves salida a tus problemas, a tus sentimientos, a tus sueños. Jornadas interminables en las que te regodeas en tiempos pasados que lejos de ser mejores, sólo fueron eso, pasados. Momentos que sólo vemos la soledad, el desamor y la angustia. Que levante la mano el afortunado que no haya tenido la nube negra acomodada en su cama.

La buena noticia es que llega un día que dices ¡ya! y ya está. Abres la ventana de par en par y empujas con suavidad, pero con firmeza, ese pedazo de algodón que vive encima de tu cabeza, hasta que sale volando en busca de otras víctimas. Vuelves a beber ginebra por placer y no por olvidar y el que te da la mano la siente tibia, como deben sentirse las manos.

En cualquier caso, una canción excelente.

Hoy...Nube negra

Hernán Cortés, esquina María Agustín

martes, 4 de agosto de 2009

Ana duerme en la habitación de al lado, con la puerta abierta. Si la pared de enfrente fuese de cristal, podría verla dormir. Si me levantara de este sillón, también podría verla. Yo hace más de una hora que me levanté, pero eso no tiene ningún mérito. Duermo poco y mal. Un vaso verde con mucho hielo contiene mi primera coca cola del día y al otro lado del sofá reposa el segundo tomo de "Con buena letra", de Sabina. Él está presente en casa de Ana tanto como en la mía, así que como en la mía me siento, aunque no sólo por Sabina.
A Carlos lo dejamos anoche en la puerta de su casa a las doce de la noche, con el tiempo justo para que no se convirtiera en calabaza. Antes de eso, cita en Hernán Cortés, esquina Paseo María Agustín, que es un buen sitio para aparcar, según dice Ana. Carlos viene en autobús, sin problemas de aparcamiento, y aparece en el preciso momento en el que Ana y yo calibramos el miembro de un negro que pasa por delante de nosotras. Cosas de las hormonas, nada grave. Carlos nos confiesa que nunca se lo ha hecho con un negro y nosotras le creemos, no sé por qué.
Terraza al aire libre, que con estos calores es lo que apetece. Cerveza para ellos, lo de siempre para mí. Repetimos al cabo de un rato, hay que ver la sed que da tanta conversación, tanta risa. Sorpresa inesperada para alguien en una isla. ¡Qué tonterías digo! naturalmente que es inesperada, valiente sorpresa sería si fuera esperada.
Setenta y tres risas y media después decidimos irnos a cenar. El local es agradable y está casi vacío, pero aún así Carlos elige la última mesa para sentarnos porque teme que nuestras conversaciones exciten a las mesas de alrededor. Y quién sabe de lo que puede ser capaz una mesa excitada. Para ellos vino, para mí agua, y para Ana el único pimiento del Padrón que picaba.
Ana sigue durmiendo, quizás soñando, y el enorme reloj de la pared marca las cinco y cinco. Ya marcaba las cinco y cinco cuando yo llegué ayer. ¿No ha pasado el tiempo? puede ser, el tiempo es relativo.
Tres pisos más abajo están regando, oigo el ruido del agua. No sé si están dando de beber a las baldosas sedientas de la terraza o a las verdes plantas que sonríen agradecidas cuando las gotas humedecen sus raíces. Si cierro los ojos, y sin cerrarlos creo que también, me puedo imaginar dentro de una ducha gigantesca, una enorme catarata que atraviesa las paredes de esta casa, que siento como mia.
Paseamos de noche por una Zaragoza casi desierta. Lunes y Agosto, decimos los tres.
Y los tres nos despedimos con abrazos y la promesa tácita de volver a encontranos, de volver a vernos, de volver a reirnos. Ana y yo volvemos a casa y durante un par de horas hablamos de nuestro tema favorito: la termofusión nuclear.
Mi coca cola, la primera del día, está ya agonizando en el vaso verde y Ana me saluda somnolienta desde la puerta.
Estoy escribiendo en el blog
¿El qué? ¿que estoy durmiendo?
Efectivamente
Y se va a la cocina a preparse un café, el primero del día.

La mujer de rojo

sábado, 1 de agosto de 2009


Tengo un sueño que se repite a menudo: me quedo ciega. Unas veces es de un solo ojo y otras es de los dos, y generalmente vuelvo a la normalidad dentro del mismo sueño. No creo en la interpretación de los sueños, pero reconozco que, más por curiosidad que por otra cosa, la primera vez que tuve este sueño busqué su significado. Nada del otro mundo, significaba que en breve habría cambios en mi vida, normalmente hacia la pobreza. Para eso no tenía yo que consultar sino mi cuenta corriente, vaya adivinos de pacotilla.

Anoche lo volví a soñar, y mucho más claro que de costumbre. Sólo era de un ojo, el derecho, y me desesperaba buscando un espejo en el que mirar lo que podía estar pasándome. Iba de habitación en habitación (había muchas) sin encontrar ninguno. Y yo iba notando como mi ojo se quedaba vacío de vida por segundos. Finalmente, al no hallar donde mirarme, opté por intentar sacar algo que suponía se había metido en el ojo. Saqué una especie de legaña blanca, larga, pegada a las pestañas superiores. Y volví a ver.

A los pocos minutos, o eso pienso yo, ya se sabe que el tiempo onírico difiere bastante con el real, me encontraba hablando con un hombre, que era escritor, y que daba una conferencia sobre su nuevo libro en un teatro. Él se mostraba interesado por mí, cosa que yo no entendía, y me pedía que fuera a su conferencia. Yo me mostraba reticente y ponía mil excusas, pero me decía que fuera a su casa al día siguiente, que tenía dos regalos para mí. Cuando me vio llegar se puso a escribir algo en un papel que metió dentro de su libro y me lo entregó diciéndome que lo leyera cuando me hubiera ido. Además abrió un armario y sacó un precioso vestido, tan rojo como la sangre, con escote palabra de honor y lo puso en mis manos diciéndome que lo llevara puesto mañana para él. Recuerdo haber mirado la etiqueta y ponía que era la talla 3 (que no tengo ni idea de a qué talla europea puede corresponder) y recuerdo haber pensado...¿y por dónde quiere éste que me meta yo este vestidito? Me iba de su casa con el vestido en una mano y el libro en la otra diciéndome a mí misma...¿Por qué rojo, por qué es rojo, por qué es precisamente rojo? (no tengo ni idea de qué tenía que ver el color, no tengo especial fobia al rojo)

Llegaba a algún sitio, no sé a cuál, y miraba el libro y el papel escrito en su interior. Eran palabras de amor hacia mí (de las cuales no recuerdo ni una, pero sé que eran de amor)

El título del libro era "El hombre ciego"

Se aceptan interpretaciones.