Rituales de fin de año

miércoles, 31 de diciembre de 2008


Todavía estáis a tiempo. En mi ánimo de conseguir que el año que está a punto de nacer sea venturoso para todos vosotros, he estado recopilando sugerencias, trucos, tradiciones y costumbres, para que eso ocurra. Allá vosotros si no lo hacéis, avisados quedáis.

Dicen que si colocas un anillo en la copa de la persona que quieres conseguir y se la das a beber en el brindis, caerá rendida a tus pies por siempre jamás. Digo yo que eso será si no se traga el anillo en cuestión y muere atragantado.

En Rumanía las mujeres solteras van la noche de fin de año a un pozo, encienden una vela y el resplandor en el agua les sugerirá el rostro del hombre de su vida. Y seguro que alguna se tira de cabeza al pozo al verlo, seguro. Me surge una duda...¿todas las mujeres rumanas van al mismo pozo o cada una va al suyo?

En algunos países sudamericanos reciben el nuevo año con las ventanas abiertas. Se supone que es para que salga lo malo y entre lo bueno. No sé yo. Aquí fijo que entraba lo malo y salía lo bueno. Al menos seguro que entraba una pulmonía triple.

Si quieres un año viajero tienes que coger una maleta, preferiblemente grande, y salir corriendo de casa a las doce y cuarto, ni antes ni después y echarte un par de carreras con la maleta a cuestas. Cuanto más corras, más viajarás. O más te cansarás.

Y antes o después de la carrera tienes que coger una manzana roja y escribir en ella: Yo (tu nombre completo) quiero encontrar un amor que me respete, ame y haga feliz. Igualmente, que yo pueda hacer feliz a esa persona y lo ame y lo respete. No dicen nada del material con el que tienes que escribir ni del tamaño de la manzana, pero para semejante parrafada yo creo que mejor os dejáis de manzanas y lo hacéis en un melón. Luego hay que echarle un poco de miel alrededor y por último, un poco de canela en polvo y dejarla en un plato en tu cuarto o donde quieras durante siete días. Y hala, a dormir con el melón, la maleta y la pulmonía.

Si resulta que se te ha ido la olla y lo que quieres es casarte en el 2009 también hay truco para eso. Tienes que sentarte y volverte a levantar con cada una de las campanadas. Yo es que bastante tengo con la uva correspondiente para encima estar pendiente de si me toca comérmela levantada o sentada. Menudo estrés.

Y, cómo no, para tener dinero hay que hacer lo siguiente: Coges un billete de dólar (vaya, hombre, empezamos mal) y lo metes en un saquete verde y lo coses con hilo verde. Ah, pero antes lo has tenido que tener entre las manos mientras sonaban las campanadas. Pero si tengo que levantarme y sentarme y comerme las uvas y meterle un anillo a mi amor adorado y salir con la maleta a las doce y cuarto...¿cuándo coso el saquete? a ver si mientras estoy abriendo la ventana para que entre la pulmonía se me cae el melón y y lo tengo que coser con hilo verde.

También aconsejan escribir en un papel las cosas malas del año y quemarlo para que no se repitan. Sí, hombre, con mi suerte seguro que salta una chispa al saquete y se quema el dólar.

Y acabo de ver en una tienda esotérica virtual de México que venden "el kit de la novena a la virgen" para suscitar un amor apasionado. El colmo. ¿Pero la virgen está para esas cosas? No doy crédito.

En fin, queridos míos, tenéis donde elegir, como veis. Por mi parte, sólo me queda desearos un estupendo fin de año y un inmejorable comienzo del siguiente.

La sonrisa de Pedrito

viernes, 26 de diciembre de 2008


(Para Pilar)

Pedrito había nacido con un don. Y no era un don cualquiera. Pedrito tenía la facultad, sin ser consciente de ello, de hacer feliz a todo el que se acercaba a él.

El ritual era siempre el mismo. Alguien llegaba, se sentaba junto a él y le cogía de las manos. Pedrito no hablaba, se comunicaba con los demás a través de su franca y contagiosa sonrisa. Las palabras salían de ella ordenadamente y a mitad de camino, como por arte de magia, se convertían en pensamientos que entraban de la misma forma por la oreja izquierda de la otra persona, hasta que llegaban a la frente y se extendían de lado a lado hasta abarcarla entera. Entonces ocurría el milagro. Durante unos escasos segundos, los ojos del que había llegado hasta Pedrito se volvían del color de la madreselva, sus cabellos crecían un centímetro y de las comisuras de sus bocas brotaban dos lágrimas púrpura. La sonrisa de Pedrito, su contagiosa sonrisa, se instalaba en los rostros de las otras personas, y éstas se despedían de él haciéndole entrega del pago que la madre de Pedrito había estipulado hace tiempo: un beso.

Pedrito coleccionaba besos como otros coleccionan sellos. Tenía más de mil, de todos los sabores, de todos los colores y de todas las texturas. Los tenía de los que pinchaban, dados por hombres sin afeitar, de los que olían a tarta de manzana recién horneada, de los que sabían a desesperación, de los que eran suaves como una bola de algodón y de los que le hacían tantas cosquillas como su madre cuando le ponía los calcetines. Tenía besos de los que le dejaban la marca del pintalabios, de los mojados, cuando se acompañaban de lágrimas, de los temblorosos, casi siempre dados por abuelitas, de los que hacían ruido, de los silenciosos, de los de color verde esperanza y así de un sinfín de categorías. Pero el preferido de Pedrito era el beso de Lucía.

Lucía era como él, diferente a los demás. Una niña encerrada en un cuerpo de mujer y que siempre se había encontrado con gente poseedora de la mayor de las desgracias, el mirar con los ojos de la cara en lugar de con los del corazón. La diferencia con Pedrito es que Lucía nunca sonreía. Nadie le había enseñado a hacerlo. Cuando llegó, un día ventoso de Marzo, la madre de Pedrito colocó las sillas de ruedas de los dos una enfrente de la otra y con sumo cuidado les entrelazó las manos. Se sentó cerca de ellos para ver una vez más el don de su hijo, pero esta la vez la magia no funcionó. A Lucía no se le volvieron los ojos del color de la madreselva, ni le creció el cabello un centímetro ni le brotaron lágrimas púrpura. Lucía seguía en su mundo imperfecto y cruel, sin un atisbo de felicidad, y la sonrisa de Pedrito, su contagiosa sonrisa, se redujo. Fueron apenas unos milímetros, imperceptibles para todos menos para él. Aquello se repitió cada tarde, hasta que el octavo día algo pasó. Nadie se había dado cuenta de los cambios, pero Lucía era diferente, como Pedrito, y su primer sentido la avisó de que las cosas no estaban como tenían que estar. Los pajarillos, que solían picotear a sus pies migas de pan, hoy no comían, las hojas de los árboles que cada tarde mecían las horas, estaban quietas; y las nubes, que normalmente le daban su blanca bienvenida, hoy no habían aparecido. Pero lo que más inquietó a Lucía es que la sonrisa de Pedrito, su contagiosa sonrisa, había desaparecido. Sin pensarlo, fue acercando sus labios a los de él y depositó en ellos el más dulce beso que jamás haya soñado persona alguna.

Cuando se separaron, a Pedrito le había vuelto la sonrisa en todo su esplendor. Lucía por su parte tenía los ojos del color de la madreselva, le había crecido el cabello un centímetro y dos lágrimas púrpura le brotaban de la comisura de los labios. Y ambos entendieron a la vez, sin palabras, que la felicidad de Lucía era proporcionársela a otros.

Lucía y Pedrito murieron a los pocos días, con unas horas de diferencia. La madre de éste comprendió que el don de su hijo le había sido concedido para hacer feliz a Lucía, y que todos los demás a los que Pedrito les había legado su sonrisa, su contagiosa sonrisa, habían sido meros transeúntes a la espera de que apareciese ella. Y sonrió al comprender también que Lucía había seguido a Pedrito para hacerle feliz por toda la eternidad.

Un soneto me manda hacer Violante

sábado, 20 de diciembre de 2008



Así comienza un famoso poema de Lope de Vega. Cambiamos soneto por meme y Violante por Ana y tenemos la entrada de hoy.

Todo el mundo que circula por los blogs sabe lo que es un meme. Es algo así como aquello de la peseta que te mandaban por correo y tú tenías que mandar pesetas a unos cuantos y esos cuantos a otros tantos y que daba varias veces la vuelta al mundo. Así hasta que alguien (yo, por ejemplo) rompía la cadena, y se exponía a que las siete plagas de Egipto cayeran de una en una, o todas a la vez, en el seno de su familia. Los que sean más o menos de mi edad sabrán de lo que hablo.

Los tiempos cambian y las pesetas también. Ahora alguien se inventa unas preguntas, se las pasa a alguien que tiene un blog, éste las contesta y se las pasa a otros que tengan blogs para que las contesten y así hasta dar otra vez la vuelta al mundo. Bien es verdad que actualmente se ha quedado obsoleto lo de las plagas y ya no se amenaza con que se te caerán los brazos a cachos ni con que no encontrarás jamás el amor de tu vida si no sigues la cadena. Uffff, menos mal, porque si me quitan la esperanza de encontrar a mi medio pomelo me veo recurriendo a señoritos de compañía, con lo mal visto que está eso.

Todo este rollo patatero viene a que la susodicha Violante me ha pasado un meme para hablar sobre mí. Y como ya me va conociendo un poco, supone que no lo voy a hacer. Chica lista.

Como pone en las letritas que hay a la derecha de la pantalla, soy muy pudorosa con mi interior, casi rayando lo patológico. Me encantaría ser más exhibicionista, admiro a los que lo son, pero es lo que hay. Sólo una vez he hablado en público, hace menos de un mes, para ser exactos, y en realidad no tuve que hablar, solamente leer cuatro folios que anteriormente yo había escrito. Pues bien, me temblaban tanto las rodillas que se hubiera podido hacer un daiquiri únicamente poniendo la coctelera entre mis piernas. Prefiero pasar desapercibida, no me gusta llamar la atención y si lo hago, sea por la causa que sea, lo paso mal.

Baja autoestima, dirán algunos. Poca confianza en ti misma, dirán otros. Y supongo que todos llevarán razón.

Mira que cuadro tan bonito, Sauce.

El tamaño sí importa

jueves, 18 de diciembre de 2008



Se dice, se cuenta, se rumorea, que el que afirma que el tamaño no importa es que la tiene pequeña. Yo era de esas. Pues total, si hace lo mismo que las demás, si tampoco es tanta la diferencia, si el tamaño no importa. ¡Ja! vengo a confesar públicamente que hoy a las nueve de la mañana he descubierto que no tenía ni idea del cambio que iba a suponerme el disfrutar de una más grande.

Y es que no hay color, amigas. Cuando he tenido semejante maravilla delante de mí no salían de mi boca excepto exclamaciones. ¡Oh! ¡Uh! ¡Ah!

Enorme, colosal, espectacular, formidable, imponente. Maravillada me hallo.

Y es que cambiar la pantalla de 13 pulgadas del ordenador de mi oficina por una de 19 ha sido una experiencia inolvidable.

Fun, fun, fun

martes, 16 de diciembre de 2008




Marca con una x lo que más se acerque a tu Navidad.


( ) Desayuno polvorones, como mazapanes y ceno turrones

( ) Me pillo un pedal del 15 el día de Nochebuena y no lo suelto hasta Reyes

( ) Me llevo la zambomba a la oficina y les amenizo a mis compañeros la jornada

( ) Lo mismo que en el punto anterior, pero con pandereta

( ) Termino todas las conversaciones telefónicas con un Feliz Navidaaaaaaaaaaaá mi amoooooool

( ) Compro lotería de la panadería, del club de fútbol del niño de mi hermana, del bar del cuñao de mi vecina, de la asociación de cabestros, de la federación regional de fabricantes de espumillón y de solteros unidos

( ) Pongo bombillas en mi balcón hasta que queda lo más exacto posible a la inauguración de la Feria de Abril. Que sólo mida metro y medio es lo de menos.

( ) Enchufo 12 horas al día un Papá Noel de los chinos que mueve las caderas al compás de una pegadiza musiquilla. A ratos lo saco al balcón.

( ) Guardo cola de media hora en el super para pagar una piña.

( ) Alterno pero mira cómo beben los peces en el río con ay del chiquirritín chiquirriquitín como politono en mi móvil.

Ya no te quiero, es cierto

domingo, 14 de diciembre de 2008




Una gota de sudor recorre mi columna vertebral. Podría deberse a que tus sabias manos aguijonean mis sentidos. Nos esculpimos a besos, nos construimos de caricias. El deseo que me provocas me taladra y una amalgama de sábanas y piernas nos zarandea hasta dejarnos exhaustos.

Podría deberse a que tarareamos a medias una canción mientras nuestros cuerpos se pegan siguiendo su cadencioso ritmo. Mi mano derecha sube sutil por tu nuca y uno de tus rizos morenos se empeña en atornillarse a mi dedo. Damos vueltas y más vueltas mientras la luna llena nos sonríe pícara desde su atalaya de reina.

Podría deberse a que estamos medio vestidos en la cocina. Yo frío unas patatas y tú levantas mi pelo. Tu lengua, apenas imperceptible, recorre mi cuello. Finjo escaparme de ti y terminas persiguiéndome alrededor de la mesa mirándome desde tu infinito amor. Me dejo atrapar al cabo de unos pocos segundos porque no resisto más allá sin que me abraces.

Podría deberse a que nos hemos colocado demasiado cerca de la chimenea. La lluvia visita nuestros cristales y jugamos a aparear palabras. Hacemos sombras chinescas imposibles sobre la pared del fondo y me adivinas la mariposa mientras viertes en mi oído relatos de futuros viajes.

Una gota de sudor llega al final de mi espalda. Se debe a que acabo de soñar contigo y tu rostro se me desdibujaba. Un caballito de mar pasaba a tu lado haciendo burbujas rosadas. Me hablabas, y tu tono de voz, que antaño hubiera diferenciado entre mil, se me perdía entre todos los demás y se desvanecía en la carencia de sonidos conocidos.

Ya no te quiero, es cierto.
¡Pero cuánto te quise!

Me han visitado de Cancún

jueves, 11 de diciembre de 2008



No, no es que tenga un tío rico en el Caribe y se haya hecho tropecientos mil kilómetros para felicitarme anticipadamente la Navidad. Me refiero a que han visitado el blog.

Estaba yo pensando que hay que ver, que mis dotes literarias habían llegado tan lejos en sólo diez días, cuando he caído en la cuenta de que, a lo mejor, lo que buscaba el cancunés o cancuneño o cancuano, o como quiera que se llamen los nacidos allí, era información sobre la ruta verdadera de la seda verdadera (venga, vale, el "a lo mejor" sobra)

Y me he dicho que pobrecito, buscar eso y encontrarse con esto, que lo menos que podía hacer era mostrarles a los siguientes incautos que caigan por aquí alguna cosita para que no se vayan con las pupilas vacías.

Pues resulta que un romano se fue un día a conquistar a los partos, que era un pueblo que tenia muchos caballos y muchos camellos y que habían tenido alguna discusioncilla con los chinos, porque los caballos de estos eran unos enclenques y a ellos les gustaban los caballos de los partos. La seda era un secreto que sólo los chinos conocían, pero como se juntaron con los partos, los partos también lo conocieron. Y el romano, Marco noséqué, después de que los partos le dieran la del pulpo, vio la seda y decidió que con eso podían vestir a las modelos de la pasarela de Milán cuando la inventasen y quedarían superestilosas. Muchos años más tarde, los chinos pensaron que si en Europa querían su seda, ellos querían oro, ámbar, tintes y otras chucherías de los europeos, y decidieron hacer un caminito para ir y venir. Lo que pasaba es que estaban muy lejos y la gente se moría de hambre antes de llegar porque se les despeñaban los camellos con los víveres, así que tuvieron que construir moteles cada tantos kilómetros, y ahí los comerciantes se conocían, se hacían amigos, se vendían cosas los unos a los otros y pasaban el rato contándose sus cosas. Después de intercambiar seda y oro se dijeron que por qué no intercambiar ideas, culturas y religiones, y allí que te veías a monjes y a gente muy lista hablando de lo que cada uno sabía. Y así Mahoma, Buda, Confucio y Jesucristo se mezclaron en la ruta de la seda.

Pero, claro, en la ruta no todo era bueno, había maleantes y gentes de mal vivir que atracaban a los honrados comerciantes para quitarles su pasta y a veces hasta los mataban. Apareció Genghis Khan, que era como Bush pero en mongol, y pensó que la unión hace la fuerza, y ni corto ni perezoso juntó a todas las tribus nómadas para ser él el rey del mambo. Y lo fue, lo fue.

Total, que siglos después, ya la gente pasaba de que los robaran y los asesinaran en la ruta y se montaban en un barco que los llevaba a China mucho más cómodos y seguros. La ruta de la seda languideció. Tuvieron que cerrar los moteles y muchos empleados fueron a la calle.

Por cierto, ¿sabíais que Cancún en maya significa Nido de serpientes?




Cambiando mandamientos

miércoles, 10 de diciembre de 2008



Los de la ETA le tenían que poner una bomba a Zapatero.

Quien así hablaba era una mujer mayor, de unos ochenta años le calculé, que ayer departía amigablemente con otra señora, más o menos de su edad, sentaditas ambas en los sillones de la sala de espera. A un metro escaso yo intentaba leer.

Mujer, Agustina, no hay que desear el mal a nadie
A Zapatero sí, en vez de matar a los pobres guardias civiles, que tienen una familia, que lo maten a él y muerto el perro se acabó la rabia. Si es que además no tiene percha (claro, es que eso de por sí ya es motivo para matarlo)
Rajoy, ése sí que tiene porte y elegancia (aquí ya la miré de reojo para intentar averiguar si le había robado a su marido el gotero de antibiótico y se lo había merendado con una copa de anís)
Si es que les está dando a las mujeres unos aires que "pa qué", que yo lo primero es tener mi casa limpia, y ahora no se ve más que casadas fumando y de todo (y no quise imaginarme qué es lo que quedaría englobado en ese "de todo" que equiparó con fumar)

Se abrió el micrófono y se escuchó una voz: Atención, la santa misa va a dar comienzo dentro de cinco minutos.

Anda, vamos a bajar a misa

Y seguro que la tal Agustina tomó la comunión y todo. Y seguro también que la hostia no se le quedó atragantada en la garganta. No estoy muy puesta en mandamientos, pero ¿eso de desear la muerte del prójimo no es pecado?
Ah no, era desear la mujer del prójimo.

Cuento de Navidad...o no

lunes, 8 de diciembre de 2008


Este cuento lo escribí para regalárselo a una amiga por su cumpleaños el noviembre pasado. La muy desagradecida dijo al leerlo: "Qué casualidad, has encontrado un relato en Internet en el que la protagonista se llama como yo" (aquí me falta un emoticón de esos de los ojos como platos)

¿Casualidad? Si no la quisiera tanto la mataba, fíjate (y aquí me falta uno de envolverla en un abrazo)



Había salido de casa sólo con un café bebido a toda prisa y eran cerca de las cuatro de la tarde. Toda la mañana había estado de la ceca a la meca sin parar un momento y no había reparado en las constantes quejas de su estómago. Pero ahora se sentía hambrienta y lo que era peor, mareada. Miró a su alrededor y se dio cuenta que estaba bastante lejos de su casa, en una plazoleta recogida y coqueta. El suelo era de pequeñas baldosas de colores y cuatro bancos de madera se erguían, orgullosos, delimitando las entradas. Había una fuente de piedra en el centro, con dos caños opuestos que figuraban la boca de algún animal y que escupían su líquido interior acompasadamente.

Se acercó a ella con la intención de mojarse las manos y refrescarse la nuca, convencida de que estaban a más de cuarenta grados. Su vestido se pegaba a su cuerpo como el envoltorio a un caramelo y pérfidas punzadas le taladraban las sienes. Notó que se iba a desmayar décimas de segundos antes de que fuera un hecho. Penetró en una bruma difusa que la zarandeaba de un lado a otro sin que ella opusiera resistencia. Los largos dedos de la inconsciencia le tapaban la boca impidiéndole respirar con normalidad y pensó que la cabeza se le iba a separar del tronco, de tanto como le dolía.

Oyó claramente su voz, aunque ella pensó que seguía soñando.

-Menos mal que ya despiertas.

Abrió muy despacio los ojos y tardó unos instantes en descubrir su horizontalidad. Se palpó la frente y retiró la mano enseguida al sentir algo húmedo y viscoso.

-Vaya susto me has dado. Cuando he querido reaccionar era demasiado tarde y no he podido evitar que tu cabeza chocara contra la fuente. Te has hecho una buena brecha pero no es profunda, un par de puntos y listo. Intenta incorporarte despacito.

Ella obedeció. No sabría decir el motivo, pero la armoniosa voz del desconocido la llenaba de paz. Por primera vez le miró el rostro y descubrió unos ojos castaños surcados de profundas arruguitas, amables, profundos. Ella pensó tímidamente que podría perderse en ellos un año entero.

-¿Quién eres tú?

- Vivo en esa casa de ahí – y señaló un balcón lleno de petunias. Iba a entrar en el portal cuando me has llamado la atención. Iba a preguntarte si te ocurría algo cuando has empezado a desplomarte. Vamos, te acompañaré a que te curen esa herida.

- Gracias, pero no hace falta.

- No creerás que voy a dejarte en este estado ¿verdad? ¿Qué clase de hombre crees que soy?

Le tendió una mano para ayudarla a levantarse y le pasó el brazo por los hombros para prevenir una nueva caída.

-Por cierto, me llamo Luis ¿y tú?

-Nayra.

A partir de entonces, las visitas cada sábado a casa de Luis la llenaban de gozo. Por el camino siempre le compraba alguna chuchería: una pluma de ganso y un tintero, un reloj sin segundero, un caleidoscopio, un tambor de juguete, una camisa de rayas...

Cuando le entregaba el paquete le daba pequeñas pistas para que descubriera su contenido, y entre risas y adivinanzas transcurría la tarde. A veces ella llegaba y sin decir palabra se metía en su cama, entonces él la seguía y le hacía el amor hablándole hasta el alba.

Compartían secretos que se inventaban y le ladraban a la luna, grababan canciones a dúo y jugaban a la gallinita ciega, dibujaban en las paredes con rotuladores de colores y tomaban chocolate en unas tazas blancas sin asa, otro de los misteriosos regalos de ella.

El resto de la semana nada sabían el uno del otro. Carecía de importancia si él tenía que madrugar para conducir un camión o si ella tenía que vender zapatos que nunca se podría permitir. Los problemas cotidianos, la subida de los precios, la inseguridad ciudadana o la droga eran temas fuera de su mundo. Ellos hablaban de viajar a Marte, de disfrazarse de colegiales o de descubrir la máquina del tiempo.

En la entrada de la casa de Luis había un perchero que sólo se colocaba los días que estaban juntos. Él colgaba sus amarguras, ella sus recelos, ambos sus tristezas. Y sólo entonces, cuando estaban completamente limpios, se daban el uno al otro.

No comían perdices, pero eran felices.

Claudio no tiene quien le escriba

sábado, 6 de diciembre de 2008


Claudio tiene 86 años y es diabético. Tiene en los ojos, que son de ese color entre marrón y verde que se les pone a todos los abuelos, un velo de cataratas. Sus manos son menudas, todo él es menudo, excepto el vientre, que es redondo y prominente. Lleva una cicatriz en el entrecejo porque se cayó en casa. Me dio un algo, dice Claudio.
-¿Esto qué es, calamares
-No, Claudio, es lenguado
-Pues sabe a calamares
Su mujer se le murió en junio y enterrarla le costó un millón. Un millón, repite Claudio. Y sus ojos con velo de cataratas se empañan un poco más, aunque no por el millón, sospecho. Tiene cinco hijos y uno que se nos murió de unas fiebres, pero ninguno está con él porque cada uno tiene su faena.
-¿Tiene buena gana hoy, Claudio?
-El que come no se muere
¡Estupenda reflexión! le digo, riéndome a carcajadas. Y él me devuelve la risa.
Claudio es coqueto. No quiere el pijama color desvaído y pide uno azul, que le alegra más la cara. Se abrocha mal los botones de la chaqueta. Me deslomé para sacarlos adelante, me dice Claudio, mientras me permite que yo se lo haga bien.

-Este azul le va muy bien a su cara, Claudio
-Eso ya lo decía yo

Hoy tiene 142 de azúcar, pero mientras no pase de 150 no hay miedo. O eso dice Claudio. Y me cuenta que en verano se sienta con sus amigos en el pueblo, al lado de la fuente, a comprometer a las muchachas.

-Están buenos los calamares
-Es lenguado, Claudio
-Pues sabe a calamares

Me estalanta

viernes, 5 de diciembre de 2008


Estos días estoy viendo a mucha gente, demasiada para mi gusto. Ayer, una prima segunda de mi padre me preguntó:

Y tú ... ¿no rehaces tu vida?

No me hace falta acudir al diccionario de la Real Academia para saber que rehacer significa volver a hacer lo que se hizo mal. Me estalanta esa expresión.

-Inciso- no os molestéis en buscar el significado de estalantar porque no lo vais a encontrar. Lo decía un antiguo compañero mío, muy maño él, y a mí me encanta la palabreja y la uso a menudo. Es fabla y en realidad es destalentar, lo que vendría a ser quitar el talento. ¿Que cómo se quita el talento? Pues mismamente de una pedrada. Pero él le daba un sentido distinto, la utilizaba cuando algo o alguien le ponía furioso, o nervioso, o le cansaba con su charla -Fin del inciso-

Si te has hecho un peinado y no te gusta te puedes volver a lavar la cabeza y rehacerlo. Si estás haciendo un puzzle y encajas mal una pieza puedes volver hasta ese punto y rehacerlo. Si has hecho un gráfico en excel y te has equivocado en una fórmula puedes rehacerlo. Si estás tejiendo una bufanda y has apretado demasiado puedes deshacer lo tejido y rehacerlo. Pero... ¿cómo se rehace una vida? Que yo sepa el coche de Retorno al futuro todavía no lo han puesto a la venta. Y aunque lo estuviera, ¿cómo se sabe en qué segundo exacto hay que volver para poder rehacerla? ¿a los diez minutos de firmar el divorcio? ¿al año de quedarte viuda? ¿tres días antes de conocerle?

Yo no quiero rehacer mi vida. ¿Qué hago con los besos que me dieron, con las cartas que me escribieron, con las fotografías que me hicieron? ¿lo meto todo también en el coche y lo hago desaparecer? Mi vida está bien como está, hecha hasta el día de hoy. Lo que venga a partir de ahora será una continuación de lo vivido, algo por hacer.

A todo esto, la pobre mujer seguro que estaba pensando... ¡pa qué preguntaré yo nada! ¡pa qué! Pero es que me estalanta esa pregunta.

Leyendo a Dickens

jueves, 4 de diciembre de 2008





Saludó al conductor del autobús como cada día durante las últimas tres semanas. Se acomodó en el primer asiento que vio libre y miró distraída por la ventanilla. La noche anterior había nevado y los coches dejaban dibujos perfectos de sus ruedas en las calles. Contrastaba esta nieve, mancillada por decenas de pisadas, con la almacenada en los tejados, de un blanco impoluto y completamente virgen .

Recordó la primera vez que su hija disfrutó de la visión de una gran nevada. Aquella mañana la despertó para ir al colegio y la cogió en brazos para mostrarle el exterior al resguardo de los cristales de la ventana de su habitación.
La niña, restregándose los ojos por la interrupción de su sueño, se había quedado mirando aquella belleza incomprensible para ella y sólo había acertado a decir: ¿Quién la ha traído?
En su mente infantil se imaginó unos enormes camiones volquetes, igual que los que tenía para jugar su primo, descargando la nieve por la noche, y un sinfín de pequeños duendes, ataviados con un abrigo rojo con pompones y gorro a juego dedicados a la labor de extenderla uniformemente por todas partes con unas palas a su medida.

Sacudió la cabeza sonriendo y apretó contra ella el libro que llevaba en las manos. Era un tomo encuadernado en un cuero de color verde oscuro en cuya tapa podía leerse en letras doradas: Charles Dickens. Y un poco más abajo el nombre de la obra: Oliver Twist. Enmarcando autor y título, una guirnalda perfecta de hojas de arce aparecía unida por tiras de tréboles. Pasó los dedos por el relieve de la tapa y pensó que a veces los libros no son bellos únicamente por dentro.

Se apeó del autobús y el penetrante frío la golpeó en la cara, permitiendo que una insolente lágrima corriera por su mejilla. Caminó hasta su destino, un edificio grande con ventanas de aluminio y corazón de sufrimiento. Empujó la puerta de entrada y se mezcló enseguida con batas blancas que parecían seguir un rumbo definido.

Su alma se iba llenando de una ternura infinita mientras recorría los interminables pasillos que la llevaban al lado de una de las personas que más amaba. Llegó a la habitación 423 y entró un día más.

-Buenos días, papá. ¿Listo para el siguiente capítulo?

Te regalaré mi tiempo

miércoles, 3 de diciembre de 2008



Por favor, que no se siente a mi lado. Eso es lo que pensó Ana cuando vio acercarse por el pasillo del tren a un hombre de una edad indefinida, entre los treinta y los cuarenta, bien vestido y con barba de dos días, que buscaba con la mirada los números de los asientos.

El viaje duraría varias horas y estaba demasiado triste para compartir su espacio con nadie. Maldita la hora en que se le ocurrió hacer quinientos kilómetros para darle una sorpresa a Germán. Apenas llevaban casados un año y hacía semanas que hablaban de culminar su amor con un embarazo. ¿Amor? Ana se imaginó convertida en la protagonista de unos dibujos animados. Un malvado brujo le introducía con fuerza la mano en el pecho y le arrancaba el corazón para después pisotearlo con saña. Sonrió al pensarlo, aunque su sonrisa fuese una mueca de dolor infinito.

Comprobó que el viajero se estaba acomodando en el asiento contiguo al suyo y disimuló su disgusto abriendo el libro que reposaba en su regazo, sin ninguna intención de leer. Quizás su compañero se daría por aludido y desistiría de darle conversación.
- Deberías darle la vuelta
-¿Perdona?
- Tienes el libro al revés

Hace falta ser tonta. No sólo le había hablado sino que había sido ella misma la que le había puesto en bandeja la excusa perfecta para hacerlo. Ahora seguro que tendría que aguantar una disertación sobre el calor que hacía a pesar de estar avanzado el otoño o, lo que era peor, sobre lo desgraciado que era en su matrimonio porque su mujer no le entendía, en un patético intento de ligar con ella. No era la primera vez que algo así le pasaba.
Pero se equivocó, porque el desconocido no dio muestras ni de una cosa ni de la otra. Se limitó a conectar sus auriculares en el lugar del asiento dispuesto para ello y dedicó unos instantes a pulsar repetidamente los botones de las diferentes emisoras, hasta que encontró una de su agrado.
Ana cerró los ojos. Quería dormir, dormir y despertar sintiendo que lo vivido las últimas horas sólo había sido un mal sueño. Le encantaría poder disponer de una goma de borrar gigantesca, penetrar en su cerebro, y frotar con ella el momento en el que Germán le abrió la puerta del hotel dejando vislumbrar tras de sí la silueta de una mujer desnuda en su cama. Ya no te quiero, lo nuestro es sólo costumbre ¿no me dirás que no te habías dado cuenta? Borraría y borraría hasta que sangraran sus dedos, hasta eliminar cualquier rastro, por mínimo que fuera, de todas esas palabras que se habían clavado en ella como dardos envenenados. No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que desde el asiento de al lado le tendieron un pañuelo.

- No sé quien te habrá dicho que las lágrimas embellecen los ojos, pero no te lo creas. Eso sólo ocurre cuando son de felicidad, y créeme, ellos saben distinguirlas. Cuando son de pena mandan al pintor de ojos que suban dos o tres tonos el color de los párpados, y por eso adquieren ese tono violeta; en cambio, cuando la dicha es la que te hace llorar, ordenan al maestro de brillos que las lágrimas reluzcan como diamantes, concediendo al rostro una pátina de belleza sin igual.

- Hablas como si fueras un poeta

El hombre rió con ganas y Ana deseó con todas sus fuerzas ser capaz de hacer lo mismo.
-¡Qué más quisiera yo! Me dedico a vender tiempo a todo aquel que cree que no lo tiene.

-¿El tiempo se compra?
-¿Cuántas veces has oído decir no tengo tiempo para eso, no me dedicas suficiente tiempo, no me hagas perder el tiempo? Seguramente tú lo habrás dicho más de una vez.

Hay gente que no tiene tiempo de dar un beso de buenos días, de ser educado o amable, de disfrutar de una puesta de sol, de deambular sin rumbo por una librería, de comprar unas flores, de compartir una película comiendo palomitas... Hay incluso personas que no disponen de tiempo para vivir ni para amar.
Ana no había conocido nunca a nadie tan peculiar e interiormente se alegró de que el azar lo hubiera sentado junto a ella. Sin saber por qué se encontró contándole lo desgraciada que se sentía por la traición de Germán, pero se sorprendió a sí misma haciéndolo sin llorar, en calma. Mientras las ventanillas del tren iban saludando a árboles y ciudades, ella le fue desgranando poco a poco su vida entera. No sabría decir en qué parte de la conversación las manos de él se habían entrelazado con las suyas.
Él le contó que tenía una guitarra, un gato y una bufanda. Le contó que componía canciones, que daba de beber al sediento, que besaba muy bien. Le contó también que tenía una cicatriz en la rodilla, un par de calcetines de lana y un puzzle sin terminar.

Minutos antes de entrar en la estación, Ana se dio cuenta de que se había enamorado y no supo qué hacer con esa sensación.
- Tengo miedo

Y lo dijo mientras él le pasaba el dedo índice por la frente, por la nariz, por la boca, por el cuello.

- El único miedo que yo tengo es salir de este vagón y no volver a sentir en toda mi vida lo que siento estando contigo. Te daré un folio en blanco para que escribas tus mañanas. Te besaré por las noches. Te regalaré mi tiempo.

Queda inaugurado este desaguisado

martes, 2 de diciembre de 2008




Por causas ajenas a su voluntad, anoche tuve que dormir en casa de Ana. Aplicó todas sus armas de seducción conmigo: me hizo la cena, me compró cocacolaslight y me dio conversación durante seis horas seguidas. Me enamoré de la perra de Ana. Me refiero a un labrador de cuatro patas, no es que la esté insultando. Ella me llenó de pelos (la perra, no Ana) y sus hijos (los de Ana, no los de la perra) me llenaron de sonrisas. Y cuando me tenía medio atontada con tantas cosas buenas, se lanzó...
-¿Quieres que lo hagamos?
-No te ofendas, Ana, pero no eres mi tipo
-Venga, tonta, si seguro que luego te gusta

Esta mujer no acepta un no por respuesta, así que contemplé atónita como empezaba a mover sus dedos con tal agilidad que hubiera hecho palidecer de envidia al maestro Rubinstein.

Todo estaba en mi contra, las intempestivas horas, mi estómago repleto de gas, y cómo no, su pericia. Así que lo confieso, me dejé llevar por vericuetos desconocidos hasta ese momento por mí, y acabé doblegándome a sus deseos.

Cuando terminó me miró con ojos excitados y exclamó: ¡Ya tienes tu blog!